El “sector Alfonso” visto desde la única torre del Pilar. La densidad de la edificación y la escasa anchura de las calles impediría la visión de la Torre Nueva. Estudio Coyne. 1892. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza
Asoma la Torre Nueva en la vista de Zaragoza realizada en 1563 por Antonio de las Viñas, y asomará también en las de Martínez del Mazo, Casanova o Baldi, tomadas todas en la orilla izquierda, así como en las posteriores de Parcerisa o Pradilla, hechas desde puntos muy distintos.
En 1858 Mariano Júdez, en la que será una de las primeras imágenes fotográficas de la ciudad, retrató la Puerta del Carmen unida todavía a la tapia perimetral y con la Torre Nueva, allá al fondo, mostrando ufana su chapitel. Dos años después el fotógrafo británico Charles Clifford subió al monte de Torrero para captar, recortada en el horizonte, no sólo la Torre Nueva, sino una docena más de campanarios, muchos echados abajo por nuestros tatarabuelos en un intento de legarnos una urbe diáfana, sin obsoletos estorbos, algo que nunca les hemos agradecido. Otro día será. Hoy vamos con prisa.
Cualquiera que eche un vistazo a las imágenes referenciadas corroborará lo obvio, que en los últimos ciento veinte años el perfil de Zaragoza ha cambiado de manera cuasi impúdica. Como consecuencia, ninguno de estos encuadres incluiría a la añorada y pretendida torre de existir en la actualidad.
No es arriesgado dar por hecho que a su maestro de obras el turismo le importaba tres babuchas. Entre sus misiones no estaba convencer al forano de que hiciese algún gasto antes de marchar. Y si como dicen, su objetivo no fue otro que alzar un soporte para un reloj, habría que reprocharle que no colocase un poco más alta la esfera, que además instaló en una sola de las ocho caras, obligando al paisano a tener que contar uno a uno los campanazos para saber cuánto le quedaba de yacer, trabajar o folgar.
Al menos en sus dos últimos siglos de vida y sin que ni ella misma sepa decirnos la razón, la Torre Nueva quedó encajonada, como si una riada la hubiese empujado a su rincón, un raro fenómeno tratándose de tan importante elemento urbano. Dadas las estrecheces y en tanto el caserío se mantuvo medianamente bajo, tal vez su mitad superior fuese visible para quien transitase por las calles aledañas. En los más de los casos, de mirar para arriba el peatón vería a lo sumo la veleta allá donde los rafes de las casas lo permitiesen.
Cuando en 1868 la apertura de la calle Alfonso propició el derribo de los caserones medievales del entorno, su sustitución por inmuebles modernos supuso un incremento de alturas que hizo todavía más difícil vislumbrar la torre. Así las cosas, dependiendo de dónde procediese, el paseante no se daría de bruces con la mole hasta llegar a la plaza de San Felipe. No es extraño que dibujantes, grabadistas y pintores para poder llevarla al papel se tomasen la libertad de ensanchar algunos espacios. Fantaseando, Gustavo Doré la ambientó en un contexto cuasi bagdadí a fin de no desencantar a sus clientes guiris, amantes de las cigarreras y los bandoleros.
Ya en el último cuarto de siglo, para el viajero aficionado a la fotografía suponía un reto captar la Torre Nueva del zócalo a la cruz. La única forma de encuadrarla en su totalidad era situándose en la que hoy es calle Gil Berges, dándole la espalda al palacio de Fuenclara, si bien así la inclinación del monumento era menos perceptible, pues justo caía hacia el sur, y precisamente lo que más ansiaban aquellos foteros finiseculares era inmortalizar el asombroso desvío de la vertical. Torres de esa envergadura las había en Europa, Oriente y África, pero no tan insolentemente inclinadas, hasta el punto de que en los libros de viajes era frecuente que en vez de llamarla “Torre Nueva” la citasen como “Leaning tower of Zaragoza”.
La Torre Nueva captada desde el último piso del nº. 18 de Alfonso I, esquina con Méndez Núñez. J. Laurent y Cía. 1877. Copia a la albúmina. Archivo Municipal de Zaragoza / Captura desde el último piso del 6 o el 7 de la plaza San Felipe (Gil Berges). Negativo sobre cristal. Estudio Coyne. 1892. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza
Dado que el desplome resultaba mucho más patente observando la torre desde el este, que era el más ocupado por edificaciones, en su afán de retratar a la torre con su particularidad los profesionales como Júdez, Levi o Coyne no tuvieron otro remedio que pedir el favor, o pagar, a los propietarios de buhardillas y azoteas para disparar desde allí sus cámaras, arriesgándose a tropezar con un tiesto de geranios.
Llegados a este punto, cabría preguntar si el proyecto ahora en marcha tiene prevista una suerte de “ruta por los balcones”, porque hemos de suponer —igual estoy esbarrando— que hablamos de un turista estándar, es decir, no alado y tampoco trepador, obligado a circular por las aceras, que es donde se hallan los bares y comercios do pretendemos que adquiera una Santísima de plata, disfrute de una parrillada (el orden es indiferente) y deslice finalmente la lúbrica tarjeta por el datáfono.
Entendiendo que así es, y sólo por si se diera el caso de que los planteamientos expuestos no lo hayan dejado claro, lo repetiremos de sopetón: yendo por Alfonso, la plaza del Pilar, el Coso o el Mercado, la nueva torre se verá bastante poco. Aunque resulte incomprensible para determinado tipo de formación política, los fundamentos de la perspectiva mandan más que las Cortes de Aragón.
Despidámonos pues de esa foto que se hacen el 90% de los visitantes de Pisa, posando como si estuviesen sujetando la torre para que no se venga abajo. ¿Cómo puede haber alguien tan original e ingenioso, verdad? Por desgracia aquí eso no podrá ser por falta de espacio.
Conste que nada de esto es la mera opinión de quien suscribe. Son los registros fotográficos quienes evidencian lo hasta aquí dicho: la práctica totalidad de las imágenes de la Torre Nueva que conservamos son capturas realizadas a una altura de tres o cuatro pisos. Salvo lo del tiesto y la tarjeta todo procede del análisis del material custodiado en archivos públicos y particulares. Puede comprobarse acudiendo a ellos con una mediana objetividad. Permítaseme recomendar al respecto las páginas que “Anteayer Fotográfico Zaragozano” posee, tanto en redes como en prensa digital.
Léon Edmond Lemuet 1875
D Frank Mason Good 1870
La Torre Nueva vista íntegramente desde los únicos emplazamientos posibles a pie de calle; las calles Fuenclara y Torre Nueva
Bueno será, hablando de amplitudes, añadir un apunte para quienes por estos días sacan a colación el Campanile de San Marcos, que no contento con presidir la descomunal plaza peatonal se encuentra cercano al muelle en el que no ha mucho desembarcaban orientales de tres mil en tres mil. Previéndolo y por la cuenta que les traía, los venecianos de 1912 arrimaron el hombro y las liras para reconstruirlo. En Macanaz no fueron capaces de atracar los ferries, de ahí que los anuncios de Martini se hiciesen en la plaza de San Marcos y no en la de San Felipe.
Por cierto, a costa de un loable esfuerzo consistorial ésta segunda se encuentra hermosamente arbolada. ¿Cómo se piensa evitar que la fronda tape el portento trimilenarista? Mejor no respondan.
Situándonos en aquel mal momento del “turricidio”, no está de más recordar que mientras con prisa e impiedad la Torre Nueva era derribada, la única torre alzada del Pilar, hasta entonces mocha, recibía como regalo el impresionante chapitel de plomo con el que supera los 91 metros, los mismos que tendrá su hermana medio clonada en la década siguiente. Al contrario que nuestra aperreada protagonista, la basílica del Pilar ya tuvo con su primer ladrillo el privilegio de flanquear la amplia plaza homónima, que a mediados del XX fue dilatada hasta la exasperación como resultado de los mimos de la burguesía, la fe y la política. Por lo demás, de las cuatro torres que actualmente luce, una está provista de ascensor.
Incluyo el dato en vista de que de ascensores perece ir la cosa.