Es fiesta y los soldados pasean por el centro
Anteayer Fotográfico Zaragozano comparte alguna de las fotografías inéditas de
Zaragoza custodiadas en el archivo M. Grandjean—Image´Est (Nancy)

Plaza de la Constitución nº1. Esquina con el Coso. 1900. Negativo de vidrio estereoscópico
Ph. Paul Michels © M. Grandjean-Image’Est para Anteayer Fotográfico Zaragozano
Antes o después el viajero realiza una segunda toma al llamarle la atención una diminuta multitud. No existe resquicio por el que ver lo que sucede, como si los convocados no deseasen que trascendiese el objeto de su atención. Se eleva sobre el grupo una mujer mayor subida en un cajón, la única en un universo totalmente masculino. Que el día es festivo lo evidencia la persiana echada en el que años atrás fue “Bazar de ropas hechas” de José Paules, regentado en esta época por don Melchor Peirón, que se anunciaba como “Tailleur”.
Del grupo destacan por su ufanidad los militares. A mediados del XIX el general Ros de Olano, Grande de España por sus heroicidades en África, había impuesto una suerte de chacó españolizado que con el tiempo pasó a tocar a la totalidad del Ejército. Con el añadido de los bruñidos pickelhaube la presencia militar adquiere un atractivo zarzuelístico. Sin embargo, conforme avance el XX tanto oficiales como tropa dejarán de lucir tan pimpantes uniformes. Las nuevas ordenanzas cambiarán las pellizas azules de alamares por anodinas guerreras, y cuando dentro de una década José Canalejas haga cumplir, sí o sí, a todos los mozos con el Servicio Militar, el glamour será ya escaso. Se cambia de siglo cada mucho y el entrante avisa de que se batirá con reglas diferentes.
Atrás, recibe un baño de sol la antigua casa de Manuel las Balsas, en el 31 del Coso. En su entresuelo otro sastre, Francisco Pérez, prefiere publicitarse en castellano. No ha mucho esas mismas letras del rótulo pendían en la rinconada de la plaza de la Constitución. Ahora nuevamente está a punto de mudarse. Cerca, a la acera de enfrente. Como también está por marchar la academia de Comercio de Fernando López Toral, ahí desde 1868, apareciendo en prensa casi a diario. Fallecido don Fernando en 1903, su hijo y heredero trasladará el centro al número 11 del propio Coso.
Ambas mudanzas son la conclusión de la pugna de la Diputación Provincial por recuperar el caserón, parte de la herencia con la que su último propietario benefició al Hospicio. Calculaban los diputados que vendiéndolo podrían levantar el cuarto de los pabellones del entonces llamado “Manicomio”, sustantivo que en aquellos tiempos a nadie incomodaba. Quien compró el inmueble fue el próspero librero Cecilio Gasca, que en 1905 optó por renovarlo por completo con una estilosa fachada. En los bajos despachará el fotógrafo Freudenthal y se asentará una institución tan moderna como el Banco Hispano Americano. Siete décadas más tarde el Banco de Bilbao adquirirá el edificio para suplantarlo por el suyo, que por cierto, en la actualidad ya no es banco sino tienda de ropa deportiva.
—¿Indumentaria sport, se refiere usted?
Obviémoslo. Sabe Dios de qué guisa irán los caballeros llegado el siglo XXI. De momento, aquí y en 1900 Pérez promete abarcar todos los estatus, dependiendo del quién, el cuándo y el para qué. Libreas para los ujieres, mayordomos y porteros, así como uniformes. El generalato, dijo von Bismark, empieza por el buen corte de la casaca. Anuncia igualmente togas y mucetas para doctores y jueces. Quien suscribe desconoce si antes de tomar medidas el sastre le exigiría al cliente el título académico o si con el severo semblante bastaría.
Con los cambios en la “casa de las Balsas” perderá de igual modo su privilegiada localización el “Gran salón limpiabotas” regentado por doña Aurora Salvador. Negocio esencial el suyo. La mayoría de las calles de Zaragoza eran de tierra y la incompatibilidad entre la elegancia y el polvo hacía el oficio de lustrador indispensable. Interesante es el rótulo que avisa: “se charola el calzado”. El charol mantenía su flexibilidad, y sobre todo, brillaba, bastando con restregar disimuladamente el zapato con la pernera opuesta del pantalón para salvar al dandi del oprobio.
No obstante, algo hemos de dejar claro antes de concluir. En Zaragoza y en esa primera década del XX el jornal medio de un hombre rondaba las 2,65 pesetas, no llegando el de una mujer a las 1,30. Por esas fechas el comercio “El Non Plus Ultra”, esquinero a la Audiencia, ofrecía “trajes de Lanilla y Cheviot, de buen resultado”, por entre 20 y 70 pesetas. Echemos cuentas.
Nuestros bisabuelos, ni tenientes ni doctores, poseedores, si acaso, de un único traje, a la hora de salir a la calle se echaban al hombro una manta, y por supuesto, se encajaban la boina. Y nadie hay más respetable que un bisabuelo.

Soldados de caballería pasean por la plaza de Aragón, con la estatua de Pignatelli, ya por poco, en su centro. Asoman al fondo las reconstruidas torres de Santa Engracia. 1900. Negativo de vidrio estereoscópico
Ph. Paul Michels © M. Grandjean-Image’Est para Anteayer Fotográfico Zaragozano

