La Torre Nueva o la Nueva Torrija

Detalle de la Vista de Zaragoza realizada por Anthonius Van Den Wyngaerde. 1563.
Colección José Luis Cintora para Anteayer Fotográfico Zaragozano
El entretenimiento ha aplastado a la cultura como nunca antes lo había hecho.
Si en anteriores generaciones a esta se la veía como un modelo a seguir por lo que aportaba a la sociedad, ahora el ocio compinchado de manera indisoluble con el turismo, incita a comportamientos de dispersión atropellando absolutamente todo. En la actualidad no basta con mostrar patrimonio, belleza, naturaleza, pertenencia y/o identidad, es necesario rebozarlo con experiencias únicas en base a un producto que nos haga protagonistas vivenciales. Todo ello aderezado con velocidad de clic instagrameable. Lo necesario, lo cool es devorar recursos sin importar el coste allá donde se vaya y arrasar la paz del vecindario o de una ciudad al completo. Hay barra libre, todo por el pueblo pero sin el pueblo, en una versión 3.0 del despotismo sin lustre en el que los propios dirigentes hacen alarde de instantáneas tomadas desde el móvil.
Hay que apoyar al turismo… hay que apoyar al TURISMO… hay que apoyar AL TURISMO… hay que APOYAR AL TURISMO… hay QUE APOYAR AL TURISMO… HAY QUE APOYAR AL TURISMO. Y así hasta que no quede nadie que lo discuta.
La última ocurrencia en clara loa con el argumento del dinero en meridiana comparativa con el esparcimiento, viene de la mano de la construcción de una nueva Torre Nueva. Por una supuesta cantidad de millones encima de la mesa, que está por ver de dónde saldrían, se permitiría que un espacio público como la plaza de San Felipe cambiara su fisonomía para el resto de nuestras vidas, de las futuras ya se encargarán los políticos venideros que a esos tampoco les faltarán las salidas de tono. No hay discusión posible, tener parné otorga autoridad de punto final de la que se hace eco el espectro institucional, que una vez más, no cuenta con la ciudadanía.
Es aquí cuando surgen las preguntas de rigor ante tal desatino, la primera es si parlamentarios elegidos por periodos de 4 años, sin un consenso unánime, sin amplios conocimientos sobre la historia de nuestra ciudad y sin debate previo ante los estudiosos de diferentes disciplinas, tienen autoridad ética y moral para aprobar una decisión de esta enjundia. Las siguientes que me vienen a la cabeza son quién o quiénes gestionarían y mantendrían el espacio público cedido, por cuántos años y con qué objetivos, ¿Vender entradas para observar las vistas de la ciudad gracias a un ascensor que nunca tuvo la Torre Nueva? ¿Acondicionar decenas de apartamentos turísticos en la zona alimentando la nueva atracción? ¿Es este el modelo de ciudad sostenible que buscamos y necesitamos? ¿Alguien ha valorado siquiera la posibilidad de aprovechar el potencial de la ciudad hacia la tecnología, el conocimiento y el bienestar social por encima de hordas de hedonistas interneteros?
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La plaza de San Felipe con la iglesia homónima, el palacio de los condes de Argillo, la Torre Nueva y el Torreón Fortea. Gregorio Sabaté. Álbum de vistas de Zaragoza publicado en 1878.
AMZ_4-1_0004561 para Anteayer Fotográfico Zaragozano
La ciudadanía tiene derecho a conservar la plaza de San Felipe tal y como está con su arbolado, las vistas que “desde siempre” han disfrutado sus vecinos, dos edificios BIC y una iglesia del siglo XVII sin que andamios de más de 81 m de altura enturbien con vehículos que transporten materiales, polvo, escombros, y vibraciones que pongan en peligro el patrimonio real que tanto costó restaurar. Sin olvidar que hay que respetar un perímetro de seguridad ante emergencias que de otro modo quedaría altamente comprometido desde la calle Torre Nueva y la del Temple.
Unos cuantos interrogantes más como esbozo, ¿Sería legítimo además que unos estudiantes sin graduación ni experiencia llevaran a cabo un proyecto de esta envergadura sin que medie un concurso público? ¿Alguien se va a preocupar por dilucidar el origen de la desaparecida torre antes de lanzar un discurso expositivo, analizando los restos que se conservan bajo el pavimento, ya que ignorando este hecho podrían convertirnos en el hazmerreír del mundo entero? ¿Queremos que se levante una nueva atalaya como el pastiche de las Murallas Romanas sesenteras sin ningún rigor científico ni técnico? ¿Vamos a permitir que los turricidas que demolieron la Torre Nueva en 1893 rematen la faena 131 años después arrasando los únicos vestigios que quedan? Porque seamos serios, un ascensor necesita un foso y los restos que se conservan quedarían plenamente comprometidos, por no mencionar la accesibilidad a la misma. ¿Se exoneraría a los constructores de las normativas existentes al respecto?
Debemos valorar lo que nos exponen en el proyecto presentado ante las Cortes de Aragón, en él informan de la instalación de un ascensor que nunca existió, prescindirían de la inclinación original, de las campanas, del tipo de materiales originales, empleando además como modelo la decoración y azulejería de otra torre y no la que aparece tanto en fotografías como en los alzados y grabados que se conservan de la auténtica, ¿el 85% de nada qué resultado daría?
Parafraseando a la genial Saritísima Montiel, pero ¿qué invento es este?
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Postal de la Torre Nueva editada por la Fototipia Thomas con J. Tejero como grabador a principios del siglo XX. La toma fotográfica original es anterior a 1878, momento en el que el chapitel de la torre es mutilado.
Colección Manuel Ordóñez para Anteayer Fotográfico Zaragozano
Otro apunte, el último reloj de la extinta Torre Nueva nadie sabe dónde está, ni el mecanismo ni la última esfera que tuvo, por muchos inventos musealizados que promocionen desde bares colindantes, de él ni rastro hasta la fecha. Parece que este detalle tampoco tiene cabida en la atalaya de los ingeniosos y azules Promotores. Una supuesta torre del reloj sin este no parece muy coherente.
Quisiera contextualizar y explicar que la Torre Nueva se tiró no por su inclinación, puesto que la que tenía era de 2,67 m desde 1741 que fue cuando se midió, exactamente la misma que cuando se comenzó a demoler en 1892. La echaron abajo por la molestia que ocasionaba a los influyentes comerciantes de la zona, que según estos les tapaba las vistas, aunque sus sibilinos y públicos argumentos siempre fueron enfocados hacia el infundado e inminente peligro de desplome. Pues bien, a día de hoy las tornas han cambiado, de construir una nueva torre obstaculizaría la visión en una plaza armoniosa que alberga el palacio de los condes de Argillo, hoy museo Pablo Gargallo, y el Torreón Fortea, espacio igualmente expositivo dedicado a la cultura. Este nuevo elemento no aportaría absolutamente nada al conjunto patrimonial, al contrario, restaría valor a unos edificios plenamente reconocidos y apreciados por su singularidad y conservación.
Una torre sin mayor función que la de servir para que la masa suba y baje sin control solo añadiría molestias y degradación al entorno. Eso sin contar con que nuestra Ley de Patrimonio Cultural es clara al respecto y no permite reconstrucciones ni invenciones que no alberguen justificación. Levantar desde cero otra como la añorada Torre Nueva, la de nuestros antepasados, la que algunos de nosotros hemos estudiado incansablemente sería un error de bulto que el Ayuntamiento de esta ciudad cometería por segunda vez, la primera permitiendo su derribo a finales del XIX, esta además si accediera a dar pábulo a una ensoñación fuera de tiempo y de contexto, aunque ya lo decía nuestro Paco Martínez Soria en boca de su personaje el alcalde Benito Requejo, “El turismo es un gran invento”.
Yo me inclino a pensar que para desviar el debate en el que nuestro patrimonio languidece, cuando no triturado hasta la amargura, nos han servido esta alucinación tras pillar una nueva, interesada y elegante torrija.
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Dibujo de la Torre Inclinada de Zaragoza. 1846. Henri Pierre León Pharamond Blanchard.
Colección José Luis Cintora para Anteayer Fotográfico Zaragozano
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