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El paseo de Sagasta de nuestras vidas pasadas

Paseo de Sagasta. principios del siglo XX.
Colección Manuel Ordóñez

Hay fotografías que parecen cuadros de nuestras vidas pasadas. Es como si la lejanía hubiera entrado en ellos, el frío, las manos en los bolsillos, las sombras partiendo el viejo camino de Torrero. Las coquetas farolas tan maltratadas como han estado siempre en esta ciudad aquí lucen con sus ojos maquillados, sabiendo que dominan el horizonte, impávidas y lozanas. Los bancos decorados con sus bellas publicidades en cerámicas vistosas compiten en kilometraje con el paseo, ahora festoneado de nieve. Y entre los solitarios caminantes, aparecen algunas de las casitas de los pares más antiguas y coquetas que se recuerdan… el número 6 y el 8 de Sagasta se encontraban sin mácula, todavía gemelos hasta que la piqueta del desarrollismo derribó al segundo y recreció al primero, con pésimo resultado. “Camas Irisarri” en el nº 10, ya trasladado al barrio del Castillo, don Miguel no llegaría a verlo, su viuda y sus hijos continuarían con el negocio lejos del lugar en el que abrieron sus puertas en 1887, tras otro traslado desde don Jaime I.

El famoso velódromo de los Campos Elíseos, antaño lugar recreativo acondicionado exquisitamente, donde lo mismo se cantaba una zarzuela que se abatía a una gallina con escopeta, se inauguraría durante las fiestas del Pilar de 1868; luego los velocípedos celebrarían sus hazañas hasta que quedaron obsoletas sus instalaciones y también pusieron el cartel de “Se vende”. Poco duró el vacío erigiéndose el edificio “Elíseos” en recuerdo de tanta y tan buena historia, ocupando el nº 2 y 4, junto a Gran vía 1 y 3. Pero no nos quedemos en los pares y crucemos al menos la mirada observando la fantástica hilera de árboles que custodian las vías del tranvía a ambos lados, anunciándonos dos colegios emblemáticos, el de los Padres Jesuitas, Colegio del Salvador, renombrado como Instituto Goya durante los años de la II República española y el del Sagrado Corazón de Jesús, “Las Francesas”, redenominado como Concepción Arenal, en la misma época que nos ocupa.

Un quiosco parece ser el destino de dos valientes viandantes que desafían a las gélidas temperaturas, departiendo estáticos como la fotografía que observamos.

Otros edificios irían sustituyendo poco a poco a las viejas fábricas y talleres, como la de corsés que hacía esquina con el colegio femenino, en el nº 5 ó el floricultor Manuel Benedicto, afincado en el nº 12 hasta la posguerra, aunque la vivienda ya fuera casa de vecinos desde hacía algunos años. Apenas se vislumbran otros edificios pero sabemos que están, o que al menos estuvieron, y por eso en esta noche fría, tal y como entra por nuestras retinas esta imagen, dejamos que sigan estando al menos en nuestro recuerdo.

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