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Dos grupos escultóricos de Agustín Querol distantes casi 8.000 Kilómetros

Fotografía autografiada publicada en “L’Art et les Artistes” (París, abril 1906)

Eran las postrimerías del XIX y España se mantenía en el mismo epígrafe. Seguía siendo un imperio, si bien un imperio renqueante al que otro imperio, adolescente y vitaminado, no tuvo reparos de noquear. 

No obstante, por lo que lloraban las madres no era por las banderas arriadas en Cuba y Filipinas sino por sus hijos. Miles de hombres jóvenes habían muerto en el afán por seguir izándolas, chavales que nunca llegarían a sembrar, cosechar, ordeñar o esquilar, que nunca pisarían una fábrica ni aprenderían un oficio, que no serían bachilleres ni licenciados y que jamás se encamarían con sus mujeres para concebir juntos a otra generación de españoles menos maltratada.

Choca el que tal catarsis no esté presente en nuestra cotidianidad, cuando apenas necesitamos retroceder a un bisabuelo para topar con ese mozo de las Cinco Villas que dotado sólo de un Mauser y un traje listado fue enviado a la otra mitad del globo. 

En Zaragoza y por esos mismos días había dejado de tener sentido la otrora útil fuente de Neptuno, sita en la plaza de la Constitución. En teoría, la ciudad disponía ya de una red de abastecimiento que si  no llegaba a los pisos altos sí al menos a los zaguanes de las casas. Tema aparte era la caducidad del juramento de aquella díscola princesa 70 años atrás. Todo ello llevó a los ediles a plantearse la eliminación de dicha fuente para en su lugar erigir un monumento que inculcase patrióticos valores en la ciudadanía.

“Monumento a los Mártires de la Religión y la Patria”. Ca. 1904.

La figura sedente no aparece todavía. Fue colocada en 1910.

Colección Manuel Ordóñez para Anteayer Fotográfico Zaragozano

Dada la inmediatez de la debacle colonial lo lógico hubiese sido alzarlo rememorando aquella epopeya de ultramar. No fue así. Inmediato el centenario de los Sitios, a los gobernantes les venía mejor su exaltación, pues a su respecto podían discursear durante horas sin verse involucrados. Honrando a los héroes de 1808 el pueblo se olvidaría de la desastrosa clase política que acababa de despeñarnos. En frase de Ramón y Cajal: «en la guerra con los Estados Unidos no fracasaron el soldado ni el pueblo sino el gobierno»*. 

Coincidente en el tiempo fue la reapertura de la basílica de Santa Engracia, que había impresionado por igual al zaragozano pío y al impío. La tradición vinculada a los mártires cristianos yacentes en su subsuelo nunca había quedado olvidada. Ya en noviembre de 1813, apenas los napoleónicos iban por Zuera en su retirada, el Ayuntamiento movilizó a los vecinos para desescombrar la cripta enronada con la voladura de 1809. Igualmente, con el asalto francés también se había arruinado la famosa Cruz del Coso, supuesto emplazamiento de dicho martirio**, que vuelta a levantar en 1826 fue definitivamente desmontada una docena de años más tarde.

Las élites tradicionalistas consideraban que tal actuación municipal exigía una reparación, motivo por el que la Real Sociedad Económica de Amigos del País requirió de forma vehemente su restitución.

En 1899 el canónigo Florencio Jardiel presentó ante la Real Academia de San Luis la propuesta de Ricardo Magdalena para el basamento de una alegoría a los “Mártires de la Religión y la Patria”. Para la misma Dionisio Lasuén había modelado un conjunto escultórico más épico que piadoso que no satisfizo las pretensiones de la Academia. Habiendo llevado ya el proyecto al Consistorio ésta se apresuró a aclarar que había que «eliminar la parte de escultura que en él aparece colocada, tratándose de una mera indicación de lo que podrá ser en su día». Sería de la misma Academia de quien partiría «el programa descriptivo de lo que dichas estatuas debían representar». Como consecuencia, cuando en octubre de ese mismo año se colocó la primera piedra del monumento todos estaban lejos de conocer la composición de la parte figurativa, que finalmente y prescindiendo de concurso fue adjudicada a Agustín Querol, quien también erró en su primera propuesta, pues no culminaba en una cruz como solicitaban los patrocinadores. No es pues extraño que habiendo pasado ya dos años del encargo y dado que el escultor parecía demorarse, el “Diario de Zaragoza” insinuase que tal vez se le habían apretado en exceso las tuercas al autor. Querol se puso digno y salió al paso manifestando que realizaría de balde la obra. Por su parte, Jardiel dirigió al periódico un escrito explicando que «no pudiendo la Comisión gratificar a Querol en la medida que exigen su nombre y su trabajo, el distinguido artista, antes que consentir que otro ejecutara la obra, se brindó a hacerla gratuitamente, regalándola al Sr. Moret».

El caso es que el grupo resultante no alude a las tropas de Cavite ni a los heroicos resistentes de Baler. Inaugurado en 1904, fundidas sus piezas por la barcelonesa Masriera y Campins, el representado es un paisano con faja, calzones y alpargatas, tópicos del patriota de los Sitios. El ángel y la cruz en la cima dejan claro que el caído moría en defensa de la fe. En otras palabras; para aquel aguerrido zaragozano el que las tropas extranjeras le hubiesen tronchado los albergeros y mancillado a una hija no era tan afrentoso como la pretensión de los jacobinos de apartar a España de la auténtica religión. 

Pero voy adonde quería ir desde el principio. 

Si como se ha dicho, las bases del que sería “monumento a los Mártires de la Religión y la Patria” quedaron especificadas en 1899 por la Academia, tal cosa sucedió ocho años más tarde de que el Ayuntamiento de La Habana promoviese la elevación del obelisco dedicado “a las víctimas de la catástrofe del 17 de mayo de 1890”. 

Detalle del Monumento en honor de las víctimas de la catástrofe del 17 de mayo de 1890

«La Ilustración Artística» (Barcelona, junio 1898)

Esa noche, habiéndose declarado un incendio, en principio no grave, en una ferretería del barrio viejo de dicha capital, encontrándose bomberos y voluntarios afanados en la extinción una enorme explosión hizo desplomarse el edificio, falleciendo más de 35 personas. Al parecer el propietario almacenaba dinamita que por evadir tasas no había declarado. 

La erección de este monumento en el cementerio de Colón se concretó mediante una suscripción realizada por el “Diario de la Marina”. La comisión a cargo eligió el proyecto conjunto presentado por Julio Zapata y Agustí Querol, siendo inaugurado el panteón el 24 de julio de 1897. 

Aunque realizado en mármol, el planteamiento del memorial habanero tiene mucho en común con el zaragozano; una cruz en la cima y un ser angélico con las alas batientes que señalando al cielo sostiene el cuerpo inánime del caído, que allá viste un uniforme de bomberos. De igual modo, el modelo de basamento tiene semejanzas; la escultura se apoya en un torreón almenado, al pie, sentadas sobre tronos de piedra las alegorías en aquél son cuatro; la Abnegación, el Dolor, el Heroísmo y el Martirio, en tanto aquí sólo hay una, la propia ciudad de Zaragoza. Coincide también el zócalo dentado sobre el que las damas se aposentan. De todo ello se deduce que Ricardo Magdalena por fuerza hubo de haberle echado un vistazo a la obra de Zapata, y que tanto uno como otro pudieron inspirarse en el pedestal que Miguel Aguado realizó para la estatua de María Cristina, ubicada en el Buen Retiro y moldeada por Benlliure en 1889. Dada la magnificencia del mausoleo cubano, en su momento comentado a ambos lados del Atlántico, la comisión zaragozana estaría por fuerza al corriente de sus características. La conclusión es que la Habana y Zaragoza llevan más de un siglo compartiendo diseños.

Detalle del Monumento en honor de las víctimas de la catástrofe del 17 de mayo de 1890

«La Ilustración Artística» (Barcelona, junio 1898)

Pero no se puede dar por concluso el relato omitiendo otro centenario celebrado en ese tramo final del XIX, el trigésimo de la invasión de Aragón por las tropas castellanas. La trastada de Pérez y la pataleta del achacoso Felipe II derivaron en la condena a muerte de la máxima autoridad aragonesa, acusado de hacer cumplir las leyes que había jurado. La ejecución de Juan de Lanuza, lejos de ser un episodio de remembranza provinciana, fue un acontecimiento definitivo. Sin aquella decapitación la historia social y económica de Aragón hubiese sido otra. Sin embargo Zaragoza, poco celosa de su historia civil, no contaba con un monumento dedicado al Justicia.

Así las cosas, al tiempo que mosén Jardiel porfiaba ante la municipalidad para alzar en la plaza de la Constitución el memorial a los mártires del primer siglo, otra élite proponía emplazar en ese mismo lugar una estatua de Lanuza.

Es obvio quiénes ganaron el pulso. El monumento al Justiciazgo se instalaría ese mismo 1904 en el óvalo de la glorieta de Pignatelli, vacante tras la migración de su estatua a Torrero.

Simbólica o involuntariamente, la efigie del Justicia da la espalda a la ciudad vieja y mira hacia la periferia. Habría que preguntarle la razón.

* Dice la tradición que los dieciocho cristianos murieron degollados, siendo ese el lugar en el que con posterioridad sus cuerpos fueron quemados.

** “El Mundo visto a los 80 años” 

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