La recoleta plaza de la ninfa más bella de Averly, hacia 1915
Imágenes de la capital del cierzo / 20. ‘Artes & Letras’
La Samaritana ofrecía sus aguas cristalinas a los vecinos del barrio del Pilar y de La Seo, antes de su destierro definitivo a la plaza del Justicia

La antigua plaza de La Seo observa a los desaparecidos edificios de la calle del Pilar, ca 1915
Colección José Luis Cintora
La Samaritana nunca vio La Seo. Vecinas en la misma plaza durante casi cien años, quizá solo imaginó su presencia por la sombra móvil que la torre de la Catedral proyectaba en la plaza, a modo de saeta a lo largo de la mañana.
Fundida en la Factoría de Averly de la calle San Miguel en 1862, no tardó mucho en pasar a ocupar un lugar en la plaza de La Seo, rodeada de un pilón octogonal en el que se vertía el agua que arrojaba. Ataviada con una larga túnica ceñida a la cintura y adornada con una cinta en la frente, que asoma bajo su rizado y recogido cabello, porta un cántaro sobre el hombro derecho y otro apoyado en la cadera izquierda. Un delicado tirante se desliza levemente dejando ver su hombro, el nacimiento del pecho y parte de la espalda desnudos, lo que le da una sensualidad, resaltada por los diferentes tonos de piel y vestido, que más correspondería a una ninfa que a la mujer de Samaria de la que toma el nombre.
Nació como una fuente ornamental y con la función de proveer de agua, ya fuera para uso de boca o para limpieza, a los habitantes de Zaragoza, que comenzaron a disfrutar del suministro en las casas a partir de 1907, aunque esa función la siguió cumpliendo hasta casi los años 30.
Durante casi 60 años fue por tanto lugar de encuentro de los aguadores, quienes, tomando el agua directamente de sus cántaros, mediante unos caños con los que llenaban sus barriles, luego la repartirían por las casas. Pero también de los particulares que colmaban los recipientes con el agua que rebosaba el pilón para luego utilizarla, en su inmensa mayoría mujeres según nos muestran las fotografías de la época, que aprovecharían para hablar de los acontecimientos del día a día. La fuente servía también para socializar antes de volver a casa.
Parte del mobiliario de la plaza era también el espectacular urinario diseñado por la casa Neville de Liverpool, que se instaló en 1914, trasladado desde el paseo de la Independencia, y que con sus celosías, calados y el remate del farol coronado, era una conjunción perfecta entre su utilidad como servicio público y ornato del lugar. Con los años, fue sustituido por un quiosco que, con cambios en su diseño, sobrevivió hasta la última, de momento, reforma de la plaza a comienzos de los años 90.
Plaza que era en los primeros años del siglo XX un lugar recoleto rodeado de edificios, el de los infanticos que estaría a la izquierda, el Seminario Conciliar y el Palacio Arzobispal a la derecha, todos fuera de la imagen, y frente al fotógrafo los correspondientes a la calle don Jaime I, aunque ya empezaban a ser abatidos los más cercanos a la calle del Pilar.
En sus frondosos, y podríamos decir que hasta exuberantes jardines, con árboles, parterres y hasta palmeras, los vecinos de los barrios de La Seo y el Pilar podían hacer un alto en sus quehaceres y descansar en sus bancos a la sombra de los árboles.
Los primeros derribos de edificios de la calle del Pilar nos permiten ver partes de construcciones que estaban ocultas a la vista desde la plaza, como una de las cuatro fachadas del edificio renacentista de la Lonja de mercaderes, que poco a poco, y por mor de la desaparición de los edificios adyacentes, pudo lucirlas todas por igual, y no solamente la que recaía en la entonces calle de Fernando el Católico, una corta calle dedicada al rey natural de Sos, que fue más tarde absorbida por la de su antecesor el Conquistador. Esa fachada se sumó así a la lista de “braseros de los pobres”, en los cuales uno se podía sentar y dejarse acariciar por los rayos del sol para hacer más llevaderos los días de invierno.

La Samaritana presidía la plaza de la Seo, cuya mirada se dirigía a la casa Daina. A la derecha, uno de los bellos urinarios británicos.
Colección José Luis Cintora (fragmento)
Tras él, asoma parte de la llamada “Casa Daina”, separada de la Lonja por un estrecho callejón perteneciente al Ayuntamiento, y que junto con el palacio de los marqueses de Ayerbe, eran dos de los principales edificios que formaban parte de esa calle del Pilar. Ellos y sus vecinos de acera sucumbieron en los años 40, dejando un amplio solar en el que se edificó el nuevo Ayuntamiento inaugurado en 1965.
El solar vacío que nos permite ver esos edificios semiocultos hasta hacía poco, e incluso ya la catedral del Pilar, tan cercana pero hasta entonces invisible, fue ocupado durante pocos años por un templete que hacía competencia en la venta de recuerdos de la Virgen a los quioscos de la plaza del Pilar, pero con los derribos de todos los edificios que formaban parte de la manzana hasta la calle Goicoechea y llegando hasta los de la calle Forment, también desapareció, para dejar el camino expedito para la unión de las plazas del Pilar y La Seo formando un todo. Un mal entendido concepto de saneamiento y embellecimiento de tan céntrica zona por parte de las autoridades locales, quienes prefirieron transformarla en explanada para acontecimientos de ensalzamiento religioso y patriótico, antes que conservar uno de los barrios con más historia y raigambre de la ciudad.
Con esos derribos también desaparecieron casas donde vivieron Francisco Bayeu y Francisco de Goya. En 1960, gracias a un regalo del hoy extinto Banco Zaragozano con motivo de su cincuentenario, al menos el insigne pintor de Fuendetodos volvió a uno de sus antiguos barrios, ahora transformado en estatua, y rodeado de majas y majos que parecen hacer guardia ante él, aunque cómodamente sentados soportando los rigores del clima zaragozano y los flashes de los visitantes, deseosos de tener un recuerdo de nuestra Inmortal ciudad.
Volviendo a nuestra ninfa de Samaria, como ya se ha dicho, en los años 30 dejó de tener la función de suministro de agua y de ser un lugar de encuentro, convirtiéndose en un lugar de paseo y hasta de juegos, con niños y niñas correteando a su alrededor o saltando a la comba. Comenzó su deterioro y hubo hasta quien la llamó pueblerina y propuso sustituirla por una estatua del general Palafox. Curada de las heridas producidas por el paso del tiempo y la dejadez en su conservación, se vio rodeada de jardines que la fueron aislando más aún de sus vecinos y entonces pasó a tener una función puramente ornamental, hasta que en 1962 la hicieron marcharse.
Ahora permanece en la plaza del Justicia, recubierta pudorosamente con una capa de pintura a modo de segunda piel, a la sombra de otra iglesia, la de Santa Isabel, a la que tampoco ve. Parece que su destino es darle la espalda a las iglesias con las que comparte plaza, aunque los zaragozanos seguimos admirándola como una de las fuentes más hermosas y cautivadoras de la ciudad de Zaragoza.

