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Avenida de Goya. Hacia 1969

Inédita y extraordinaria fotografía de la avenida de Goya con la trinchera del ferrocarril ya cubierta y algunos de sus edificios más emblemáticos -a día de hoy desaparecidos- aún visibles.

Colección Manuel Ordóñez. Hacia 1969

Cuesta creer que algunas de nuestras más vitoreadas avenidas apenas tienen 60 años de vida. Para una ciudad bimilenaria supone el tiempo justo para que se nos seque la laca de uñas en un día sin cierzo. Sin embargo, a golpe de azada, las molestas cicatrices y trincheras –término muy bélico y frecuente en los plenos municipales de nuestras augusta ciudad- consiguieron las operaciones reparadoras necesarias; sobre todo en términos monetarios, y por qué no, supuestamente estéticos, aunque ello haya ocasionado destruir la primigenia belleza del entorno.

Es como si para curarte el cáncer tuvieran que extirparte los dos pechos y poner en su lugar dos emplastes enormes para regocijo de cuatro catetos, en lugar de reconstruir los que ya tenías, mejorándolos si cabe.

De este modo, y con la fuerza que da ostentar la vara de mando, fueron desapareciendo glamures pasados como el bellísimo palacete de los Palomar y Mur, proyectado en enero de 1901 por Félix Navarro junto a dos viviendas más, pegadicas ellas a las vías del ferrocarril.

Tras la redenominación de los números de Sagasta, dicho palacete pasaría a ocupar el número 50 junto a la esquina con Goya según nos cuenta Jesús Martínez Verón describiéndonos como era el palacete que ocuparía desde 1919 doña Balbina Palomar y Mur, hasta su muerte en 1946, momento en el que sus herederas disfrutarían hasta el fatal desenlace del estupendo edificio, allá por 1970:

“El edificio estaba concebido a modo de palacete. Tenía semisótano y dos plantas alzadas. El acceso, se realizaba a través del jardín característico de los números pares del paseo en su origen. El cerramiento de rejería de rico diseño.
En el jardín se disponía la escalinata de acceso, adornada con jarrones y nuevos detalles de rejería en la barandilla. La puerta, de evidente intención monumental, quedaba cubierta por el balcón superior que apoyaba sobre columnas y pilastras clásicas. El balcón repetía los motivos, también clasicistas, de la decoración en hierro.
La fachada se completaba con sendos ejes de vanos a uno y otro lado. El inferior con una rica decoración en relieve en el antepecho, y el superior planteado como balcón simple con barandilla en hierro.
La vivienda de José Palomar fue proyectada por Félix Navarro en el mismo año que el palacio de Larrinaga. Aquí el volumen y ambición constructiva es mucho menor. Sin embargo, el proyecto no deja de tener cierto paralelismo en cuanto al tipo de inspiración en la que basa su obra el arquitecto y por lo que se refiere a un modelo de vivienda suburbana de estética palacial.”

En esta fabulosa fotografía de la Colección de Manuel Ordóñez, podemos observar los últimos estertores, no solo del palacete de una de las familias más adineradas de la época, sino de parte de sus jardines, bellísimos miradores y, un enclave “semi nuevo”, este al menos ha llegado a nuestros días, levantado allá por los inicios de los 50 del siglo pasado: La Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, convento–parroquial de la Congregación del Santísimo Redentor o Redentoristas llevado a cabo por el arquitecto Joaquín Maggioni.

Más al fondo, aparece inocente ante la que se avecina, el desaparecido primitivo taller de forja de Pascual González, abrumado ante la cantidad de moles que comienzan a arrinconarle.

En primer plano a la izquierda, el palacete de los Palomar, a la derecha, la desaparecida academia “La Figuera” hasta 1971, con anterioridad Esmaltados Viñado, en el antiguo Sagasta 22 duplicado, desde 1902 hasta 1925. Fue colegio de Las Carmelitas de la Caridad entre 1925 y 1949 momento en el que la Academia La Figuera tomaría el relevo hasta casi el final de sus días, allá en 1973.

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