Crónica de Ignacio Zuloaga y Benita Aznar Lucientes en Fuendetodos

Retrato del pintor Ignacio Zuloaga.
Fundación Zuloaga
El cuatro de mayo de 1913 comenzaba una visita por tierras de Goya para rendir homenaje al maestro universal de la mano de una serie de entusiastas excursionistas que partieron en tren desde la estación de ferrocarril de Utrillas de Zaragoza hasta la Puebla de Albortón. A partir de ahí, dos kilómetros a pie hasta llegar al punto de encuentro en el que tres entoldados carros con mulas y algunos borriquillos les llevarían hasta el lugar que vio nacer a don Francisco.
Avanzaba el séquito de personalidades como Mariano Aladrén, Félix Lafuente, Emilio y Enrique Ostalé, José Binaburo, Mariano Capapé, Francisco Marín, Rufino Ginés y otros muchos que no quisieron perderse tan singular acto.
Entre los insignes admiradores se encontraban además Santiago Pelegrín, descendiente del celebrado artista que también se unió a la comitiva; así como el pintor Ignacio Zuloaga, quien llegaría desde París para adherirse a las muestras de admiración al de Fuendetodos, siendo nombrado hijo adoptivo de esa localidad ese mismo día a petición del Ayuntamiento, momento en el que realizaría un discurso proclamando las bondades del maestro fuendetodino, pero no adelantemos acontecimientos…
En esta singular procesión figuraban personas relevantes de la sociedad aragonesa del momento como el Director de la Escuela de Artes, Dionisio Lasuén, quien además de dibujar y tallar unas hojas de cardo en el mármol que reclamaría la casa natal de Goya, también costeó los gastos de este. Como curiosidad, en la blanca lápida se inscribió erróneamente la fecha de su partida de bautismo, el 31 de marzo de 1746 en lugar de la de su nacimiento, el día 30 del mismo mes y año, hecho que a día de hoy no se ha subsanado, entendemos que por respeto a la autoría de Lasuén y al tiempo transcurrido.
El texto corrió a cargo de Hilarión Gimeno Fernández-Vizarra y decía así:
EN ESTA HUMILDE CASA
NACIÓ PARA HONOR DE LA PATRIA
Y ASOMBRO DEL ARTE
EL INSIGNE PINTOR FRANCISCO GOYA LUCIENTES
31 MAYO 1746-16-ABRIL 1828
LA ADMIRACIÓN DE TODOS RINDIÓ ESTE
HOMENAJE A SU IMPERECEDERA MEMORIA
Fueron los encargados de instalar la losa conmemorativa el tallista, decorador y anticuario Hermenegildo Villagrasa, gran admirador del grabador aragonés. El nombre de su taller en Zaragoza mostraba sin pudor alguno ese fervor: Galerías Goyescas.
El citado Zuloaga, además de amigo personal de Villagrasa, era cliente asiduo de su comercio al que acudía para adquirir material que utilizaba en sus propias obras. El segundo encargado de la instalación de la lápida fue el pintor Rafael Aguado Aznar.

Lápida conmemorativa del encuentro propiciado por Ignacio Zuloaga en el que se homenajeó a Francisco de Goya en su casa natal.
Fotografía publicada el 11 de mayo de 1913 en el diario La Crónica.
Luis Gandú Mercadal
Fondos fotográficos DPZ para Anteayer Fotográfico Zaragozano
Unos diez excursionistas decidieron seguir al pintor de Éibar recorriendo a pie los 10 km que separaban la comitiva de carros de su destino en Fuendetodos, tras apearse en la estación de tren disfrutando del paisaje y de las bondades de la climatología, declamando entre tanto vivas a Goya en un ambiente de lo más jovial.
Peor suerte corrieron el redactor de La Crónica, José María Oliver, el Chico de Buñuel; y el fotógrafo del mismo medio de comunicación, Luis Gandú Mercadal, a quien se le estropeó el coche nada más comenzar el trayecto pasando ambos no pocas dificultades, tal y como quedó reflejado en su artículo del 11 de mayo de 1913. Afortunadamente llegaron a tiempo de comer en la escuela donde el propio alcalde de la localidad, Benito Corzán, les llevó hasta allí. Tras reponerse del trance entraron en la casa natal de Goya acompañados del pintor Francisco Marín Bagüés donde explicaron los pormenores de lo que allí vieron:
“…Llegamos frente a la casa de Goya, situada al final de la calle de la Alfóndiga, que desde el pasado domingo lleva el nombre del Maestro. Es una miserable casucha construida de piedras irregulares y barro. Consta de un solo piso, presentando los muros enormes grietas que auguran mal porvenir para el edificio. Es seguramente una de las casas de aspecto más misterioso que en el pueblo existen. Tiene únicamente una ventana, y a su izquierda se ha colocado la lápida, que es de mármol blanco y está adornada con artísticos laureles…”
A continuación relataron la entrevista con Zuloaga quien les conminó a dialogar con Benita Aznar Lucientes, descendiente de Goya por línea materna y escuchar de sus labios algunas anécdotas sobre la vida del pintor que le habían transmitido sus padres y abuelos.
“…-He sufrido una impresión indefinible al penetrar en la alcoba donde nació Goya. No dejen ustedes de tomar la fotografía, pues es lo más interesante.
-¿Y la descendiente del maestro? -pregunto ávido de escuchar la palabra del artista eibarrés-.
-Es muy anciana y se nota en ella algún rasgo de la familia. No dejen ustedes de retratarla.
Cuando regresábamos al pueblo un campesino, hablándome de Zuloaga, me dijo: «Al entrar en casa de Goya abrazó a la seña Benita y le dio unos duros. Casi m’ hizo llorar aquel paso.»
El tiempo apremiaba y los excursionistas tenían que ponerse en marcha. El pueblo vitoreó a Zuloaga y despidió con aplausos a los viajeros…”
Sin embargo, los representantes del diario La Crónica pasaron la noche en Fuendetodos esperando la gasolina necesaria para su vuelta a Zaragoza y allí tuvieron la oportunidad de cenar en el Sindicato Agrícola:

Alcoba en la que nació Francisco de Goya y Lucientes.
Fotografía publicada el 11 de mayo de 1913 en el diario La Crónica.
Luis Gandú Mercadal
Fondos fotográficos DPZ para Anteayer Fotográfico Zaragozano
“…- Acompañados de multitud de vecinos nos trasladamos al Sindicato Agrícola, en donde fuimos obsequiados por el presidente D. Anselmo Salueña y varios socios, todos los cuales mostráronse satisfechos del éxito de la fiesta. El presidente nos contó curiosos detalles del pueblo. D. X tenía un cuadro muy bonito que le regaló el propio Goya a un bisabuelo suyo. Todos los que lo veían salían entusiasmados. El cuadro representaba una corrida de toros, se veía un pedazo de tendido y en él unas manolas y chisperos. Hará unos cuantos años, no muchos, lo vendió a unos anticuarios. Según dijeron los que «entienden de eso» muy barato. Ellos, por Francia, lo vendieron por veinte veces más de lo que le costó. Otro de mis contertulios me explica el peligro que corrieron las únicas pinturas que existen en Fuendetodos, debidas al mágico pincel de Goya. Hará unos cuatro años, vinieron otros anticuarios y quisieron comprar «las puertas pintadas» que cierran el armario donde se guardan las reliquias del pueblo. Ofrecieron llevárselas por 20.000 pesetas y los del pueblo no quisieron y le pidieron cincuenta mil a lo que se negó el comprador diciendo no tenía esa cantidad. El oír contar estas cosas con la ingenuidad que las dicen, me produce escalofríos. Una de las primeras obras de Goya, que seguramente pintó con gran cariño por la devoción que todos del pueblo tienen a esas reliquias, devoción que seguramente se acrecentaría en D. Francisco Goya, debido a su tierna edad y a la educación que recibió de un fraile tío suyo; han estado expuestas a salir del pueblo por unas miserables pesetas, lector…; las autoridades y los artistas deben velar porque esas obras jamás salgan de su pueblo; los vecinos por su parte, creo no lo consentirían.
En el interior de la iglesia contemplamos las pinturas de Goya. Lo mejor de las pinturas sin duda alguna es una Virgen del Carmen, de la cual hizo grandes elogios Zuloaga. Las otras pinturas son un S. Francisco y la Aparición de la Virgen del Pilar. Estas pinturas son casi desconocidas, no existen fotografías, y se conservan en la iglesia por un verdadero milagro. Abandonamos la iglesia de S. Bartolomé para dirigirnos a visitar por segunda vez la casa de Goya. El callejón por el cual descendemos es muy curioso; a ambos lados existen unos escalones tallados en la roca viva, y en el centro una canal hecha para dar fácil salida a las aguas lluviosas y evitar que causen desperfectos en las casas. La anciana propietaria de la «casa de Goya», constituía para mí una obsesión. ¿Qué cosas más raras me contaría? La fuerte impresión que le produjo a Zuloaga el verla, su mucha edad y otros mil detalles, contribuían a excitar mi curiosidad. Voy deprisa, brinco loco de jovial alegría, llego a la casa y me introduzco en la triste habitación donde la anciana pasa la vida. Saludo con efusión algo estrepitosa, y la anciana me contesta con una familiaridad encantadora. Me siento en una silla a la cabecera de la cama, dispuesto a no perder palabra.

El redactor de La Crónica, José María Oliver, el Chico de Buñuel; hablando con Benita Aznar Lucientes, descendiente de Goya por línea materna, en su casa de Fuendetodos.
Fotografía publicada el 11 de mayo de 1913 en el diario La Crónica.
Luis Gandú Mercadal
Fondos fotográficos DPZ para Anteayer Fotográfico Zaragozano
-Señora Benita, quiero que me cuente usted muchas cosas. La anciana se incorpora, alza su venerable cabeza cubierta de escasos y blancos cabellos; en su cara enjuta de carnes que recuerdan las líneas de la dura fisonomía del pintor, se dibuja una amable sonrisa; con voz fatigosa comienza a hablarme:
-Soy muy viejecica, tengo ochenta y siete años, ya ve usted; he perdido la memoria, me acuerdo de pocas cosas.
Yo asiento con mis palabras y procuro que continúe hablando. -¿Hace mucho tiempo que vive usted en la casa?
-Desde que nací. La heredé de mis padres, y a la vez ellos de los suyos. Le tengo mucho cariño, ya no saldré hasta que me entierren.
-¡Que tarde mucho tiempo!
-Eso no; no puedo vivir ya mucho tiempo.
-Cuénteme algo de Goya.
-Recuerdo poco de lo que oí contar a mis abuelos. Goya era de familia pobre, -después exclamaba llena de admiración-, pero de pobrecico que era de chico, llegó a rico; fué amigo del rey, y ganó mucho, mucho dinero. Esto ya lo sabrá usted mejor que yo.
-¿De sus primeros años no olvidó usted contar algo?
-Sí, señor; dicen, -pero no sé si será verdad- que fué mal trabajador, lo que le costó bastantes palizas de su madre, que le decían «la Lucientes». Los días que iba a la escuela los pasaba pinturruteando por las paredes… ¡Ya ve usted, quién s´ había de figurar que después, sería…!
– Es verdad.
– Un día subía a la escuela y en la plaza se encontró una manada de cerdos; en unas portaladas que había por allí pintó una tocina dando de mamar a sus hijicos y el chico lo hizo tan bien, que llamó la atención. Por entonces estaba en Fuendetodos un tío suyo, que era fraile y vivía en Zaragoza, que al ver lo bien que dibujaba, les pidió permiso a sus padres para bajárselo a Zaragoza. Entonces dice que tendría unos once años, y no volvió al pueblo hasta los quince, que pasó una temporada; entonces dicen fué cuando pintó las puertas del relicario y algunas otras cosas que regaló entre los amigos de su casa. -La anciana descansa unos momentos y continúa-.

La casa natal de Francisco de Goya, lugar en el que se colocó la lápida conmemorativa donada y esculpida por Dionisio Lasuén a petición de Ignacio Zuloaga.
Fotografía publicada el 11 de mayo de 1913 en el diario La Crónica.
Luis Gandú Mercadal
Fondos fotográficos DPZ para Anteayer Fotográfico Zaragozano
– De lo que hizo después los papeles y muchos libros lo dicen: a mí ésto es lo que me contaron mis padres y lo que se dice por el pueblo…
– Tengo una pregunta importuna, ¿qué le pareció a usted la fiesta de ayer? -La anciana se lleva las manos al rostro y observo que de sus ojos brotan unas lágrimas-.
– No llore, que nos van a retratar a los dos y saldrá usted muy fea.
– Si ahora tengo que ser fea; las viejas nunca somos tan guapas como las chicas de quince años.
– Esto es una verdad irrefutable, no obstante, se esté muy quietecita, y procure arreglarse los cabellos.
Mercadal que ha preparado su máquina, nos suplica quietud. La señora Benita y «El Chico de Buñuel » quedamos inmóviles.
– Ya está. -Nos dice el fotógrafo-. Con gran sentimiento me despido de la última Lucientes. Al despedirme nos dice:
– ¿Verá usted a ese señor tan bueno que estuvo ayer a verme? -refiriéndose a Zuloaga-.
-No lo sé, -le respondo-. Si le ve usted le da recuerdos de mi parte, y le diga que le quiero mucho, porque él también quiere mucho a mi pariente Goya. Aquella admirable gratitud de la anciana era el premio que por la desinteresada y noble cruzada honrando la eterna memoria del pintor aragonés, recogía ese español ilustre, el más legítimo sucesor de don Francisco de Goya Lucientes…”
Así terminaba la jornada festiva alentada por Ignacio Zuloaga que dio para rondallas, jotas, chupinazos y algarabía de los vecinos. Un encuentro que favoreció que, el ocho de noviembre de ese mismo año de 1913, se realizara un baile y una tómbola en los locales de la Exposición Industrial de Zaragoza con objetos donados por los simpatizantes de Goya, entre ellos Dionisio Lasuén, quien ofreció una escultura; una acuarela de Joaquín Pallarés cedida por Hermenegildo Villagrasa, cuadros de Félix Lafuente, Rafael Aguado, Luis Nadal, Domingo Ainaga, Luis Íñigo, José Valenzuela La Rosa eligió un dibujo de Juan José Gárate, los hermanos Faci 100 espejos para las concurrentes… con el objeto de adquirir la casa en la que nació el genio aragonés y cuya donación al municipio serviría para instalar unas escuelas o un centro de exposiciones con reproducciones pictóricas del de Fuendetodos. La iniciativa partió con 500 pesetas del propio Zuloaga que fueron incrementándose mediante suscripción popular, y otros artistas y empresarios que posteriormente se unieron como José Galiay, Luis de la Figuera, Timoteo Pamplona o Enrique de Gregorio Rocasolano.
El sueño se hacía realidad dos años después, en noviembre de 1915.
No sería la única vez que Zuloaga se implicara con Goya y Fuendetodos, pero eso lo dejamos para próximas entregas…

