En defensa del bosque que hace un siglo plantaron los zaragozanos
11/02/2025/
Pinares de Venecia. Al fondo, la tapia del cementerio. Años 80. De la web Torrero159
Vaya por delante que son los documentales de la 2, no los zaragozanos, los que llaman a Zaragoza la “capital del Ebro”. Será porque en el fondo sabemos que los agrimensores de Caesaraugusta la fundamentaron sobre terrazas, salvaguardándola de las barrabasadas del río. Si queréis agua, subidla, dijo Augusto, de modo que más bien, y con el permiso de sus villas ribereñas, Zaragoza sería la capital del Huerva, que la surtió desde temprano.
Y es que el agua sola no sube. Si llueve, se desliza, quedándose el tiempo mínimo en las zonas elevadas, a las que depende de cómo sea el suelo, siquiera empapa. De ahí que llegando a nuestra ciudad veas recortarse al fondo montes pelados, carentes de recursos hídricos propios.
Situémonos a principios del siglo XVIII. Dejado atrás el monasterio de Santa Engracia y salvado precisamente el Huerva, un camino conducía a la finca de la familia Torrero, situada próxima al hoy cruce de Sagasta con la avenida de las Torres. Dicha finca, regada con la acequia de las Adulas, tomada del mismo río aguas arriba cerca de la actual urbanización, según los cronistas era un vergel.
En cambio más allá, cuesta arriba por lo que ahora es Cuéllar se extendía un monte despoblado en el que se esparcían unos pocos olivos y viñas acostumbrados a satisfacerse con las lluvias, escasas, pero cuando venían, furiosas, una característica que evidenciaban los barrancos por los que el agua arramblaba en los temporales, permaneciendo resecos el resto del año. El paisaje era así hasta Cuarte, esparcidas por él parideras y colmenas, sin olvidar las fundamentales canteras de yeso.
Pignatelli en 1778 hizo correr el Canal Imperial a lo largo de aquella ladera, dando lugar entre su cauce y Zaragoza a una huerta fértil e industrializable. En bajada, es obvio. Del Canal hacia arriba continuó sin haber agua. Cómo sería que en 1832, una vez Yarza definió el rectángulo del que sería Cementerio Municipal, los hubo, sobre todo ricos, que pusieron trabas a las nuevas ordenanzas fernandinas que les obligaban a sepultar a sus próceres en mitad de aquel secarral.
Humanidad. Fosa Común del cementerio de Torrero. ca.1919 Familia Pano. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza. A la espalda del grupo escultórico, más allá de la valla del cementerio pueden apreciarse las características del monte, a día de hoy cubierto de árboles
Por entonces al otro lado del puente de América, rehecho tras los Sitios, arrancaban dos caminos, ambos cuesta arriba, y perdón por insistir. Uno conducía al cementerio, estando sólo en su empiece flanqueado por alguna casa, en tanto a la derecha escoraba otro que se dividía en dos ramales, uno rumbo a Cuarte y el otro a las mencionadas canteras, ubicadas, sirva para entendernos, pasado Ikea, recorrido que antaño cubrió un tranvía de carga del que no queda testimonio.
Será casi un siglo después, en febrero de 1925, cuando Heraldo de Aragón publique dos columnas firmadas por el ingeniero agrónomo Martin Augustí teniendo como sano objetivo aclarar a la ciudadanía aspectos del parque que estaba por construirse en el Cabezo.
Era éste un entorno silvestre al que los zaragozanos subían en busca de aire puro y vistas, lo cual hallaban a costa poca sombra y agua ninguna. El empeño era modificar tanto agreste y lograr un parque con un magnifico acceso por la prolongada Gran Vía. Los viveros municipales abastecerían de plantas al proyecto.
En ese mismo artículo es donde aparece redactada por primera vez la propuesta municipal que cambiará Torrero definitivamente.
«Al otro lado del Canal», rezaba su último párrafo, «se plantará un pinar de unas cincuenta hectáreas unido al Cabezo por una pasarela».
Se trataba por ende de extender el parque empezando por el área existente entre el Canal y las últimas casas del barrio de Venecia, por esas fechas ya consolidado y comunicado gracias a una elegante pasarela propiedad de la barriada (diferente a la referida por Agustí). El plan, muy ponderado en una época en la que prensa solía ser demoledora, conllevaba varios inconvenientes no insalvables. El siglo era otro y existían electrobombas. En un alto se construyó un depósito circular que por su esencialidad bien podría haber sido conservado. Tampoco.
Portada de “La Voz de Aragón”. 26 de Abril de 1932
Lo cierto es que Augustí había empezado a trabajar sin un proyecto en firme. Hasta el punto de que Miguel Ángel Navarro, como arquitecto municipal, trazó los primeros planos estando pendientes todavía algunas expropiaciones. Así las cosas, las plantaciones se iniciaron durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera estando el ayuntamiento de Zaragoza presidido por Luis Allué Salvador. Los árboles pusieron de su parte y arraigaron. Los Exploradores, que desde 1913 frecuentaban Valdegurriana para sus ejercicios, fueron los primeros en poner en valor el nuevo bosque celebrando en él su anual “San Jorge”.
No obstante, casi todo lo que vemos en las márgenes del Canal antes que hijo de la naturaleza es el resultado de arduas remociones y desmontes, motivo por el que la voluntad de los ingenieros tardaría en concretarse. A primeros de 1928 el cronista Carmelo Zaldívar, de nuevo en Heraldo, habla todavía de la extensión del parque como una realidad a definir, dando a entender que una cosa era crear una enorme pinada y otra un parque urbano con senderos accesibles y espacios adecuados para el paseo. En ese mismo año, subiendo por la Avenida de América estaba ultimándose la construcción de la cárcel, siendo la pretensión alcanzar con el bosque las traseras del presidio. El cementerio, arriba del todo, yendo por su segunda ampliación, tal vez en el futuro pudiese rodearse igualmente de pinos.
Dado que durante el periodo franquista no se pudo evitar —o no se quiso— que el proyecto adquiriese un matiz propagandístico, perceptible en la cursilería con la que la prensa relataba que “encantadoras jovencitas de la Sección Femenina plantaron arbolitos en los surcos cavados por los esforzados camaradas de Falange”, fue creándose en la imaginación popular el mito de que los pinos fueron un “invento de Franco”.
De ninguna manera.
Una promesa de lobatos en los pinares. Grupo Scout del “Buen Pastor”. Años 80
Los pinos que llenan Torrero los plantaron nuestros abuelos, padres y tíos, quienes coordinados por las brigadas municipales depositaron los brotes en el hoyo y los regaron. Todavía en 1980 y celebrando “el día del Árbol”, centenares de escolares fueron convocados, plantándose más de cinco mil ejemplares.
De hecho, plantó hasta un servidor. Sin que consiga recordar estando en qué curso de EGB, críos de diversos colegios, gratuitos y de pago, fuimos llevados por autobuses para dotados de palas y plantones desperdigarnos por un parte de monte todavía yermo. Al finalizar, CLUZASA nos invitó a un batido de chocolate y Donuts a un xuxo.
Comparativa: 2008—2024. Área ocupada por el Colegio de Educación Especial San Martín de Porres
Hablamos de las plantaciones que junto a la calle Oviedo rodean tanto el Centro Deportivo Municipal como el Giner. Así como algunas hiladas de pinos se han visto forzadas a convertirse en plaza al final de la avenida de América, encontramos otros todavía a su aire junto a la Cuarta Avenida y la calle Francisco de los Ríos. Pocos aguantan de los que rodearon en tiempos la Fundación Atades y orillaron la calle África, que con su vecina, la del Pinar, precedía al enorme macizo que se perdía acompañando al camino de Cuarte, pudiendo percibirse las últimas filas dos kilómetros más allá, bordeando el paseo al que en el colmo del ingenio se le denominó del Gran Canal, que de momento gira 90º grados junto a Leroy Merlin y esperamos que nunca se prolongue. De eso hablamos al final. En todos los casos, las décadas de abandono municipal se hacen visibles en la proliferación de huecos dejados por árboles desaparecidos y no reemplazados.
Si ya en 1974 la apertura del parque de Atracciones provocó la tala de centenares de ejemplares, las tremebundas actuaciones posteriores; los trazados de la ronda de la Hispanidad, la Z-40 y las avenidas de la Policía Local y Puerto Venecia, condujeron a que en la actualidad el monte de Torrero lo formen grupos de pinos separados, formando “islas” que nada tienen que ver con el compacto bosque inicial.
Comparativa: Torrero.Estado de las plantaciones en 1956, arriba, a la izquierda, antes de las ampliaciones del cementerio y la desaparición del polvorín. Situación en 1997 y actual, en la que se aprecian los trazados de las avenidas mencionadas en el texto. Ortofotos procedentes de la Fototeca del Instituto Geográfico Nacional
Zaragoza no es Manaos. Para levantar nuestras viviendas no nos vemos obligados a desforestar ganándole de continuo terreno a la naturaleza. Todo lo contrario. Los pinares de Venecia testimonian un esfuerzo común por acercar el bosque a la ciudad que culminó con el manto de árboles que abarca desde la curva del Canal, frente a Ruiseñores, a las esclusas de Valdegurriana.
En palabras de Enrique Armisén, alcalde de Zaragoza en 1929, «La Corporación municipal desea no se dé a esta repoblación un carácter marcadamente económico; su interés estriba en fines estéticos e higiénicos que tanto dicen en pro de la cultura y salubridad de los pueblos».
No cabe entender por tanto que el Ayuntamiento esté planteando la tala de cerca de 2000 pinos a fin de hacerle espacio a un Aquapark, negocio cuyo mantenimiento supondrá un gran consumo de agua, que dado que las canalizaciones existentes no darán abasto, hemos de suponer que llegará por otras nuevas hechas a costa de remover nuevamente la pinada. Añadámosles los viales necesarios en el probable caso de que se pretendan enlazar las instalaciones con Puerto Venecia.
Pero quede claro que hablamos por hablar, ya que con un mínimo apoyo vecinal nada de eso sucederá.