Un «warehouse» neoyorquino en el Casco de Zaragoza
26/06/2025/
En 1900 José Alfonso Pradas, pudiente y próspero ferretero, encargó a Bravo Folch, a la sazón Arquitecto Provincial de Zaragoza, el proyecto de un edificio de seis alturas en cuyos bajos despacharía su enorme comercio.
El solar adquirido para tal fin era el resultante del derribo del palacio de Torresecas, en el número 5 del Coso, en su último uso Fonda de las Cuatro Naciones, predio que de sus tiempos de casa condal conservaba una suerte de callizo esquinado con la calle Fuenclara al que el Ayuntamiento nunca bautizó.
Conocido simplemente como “paso de Torresecas”, en él se avecindaron, a pesar de la estrechez, una decena de pequeñas fincas, además de una institución de la talla de la “Academia de Comercio de Gregorio Sabaté”, que a su vez fue gabinete fotográfico. También, en su fondo, despachó un negocio tan esencial como las cocheras de alquiler de carruajes “del Andaluz”, sin obviar la existencia de un portón lateral del palacio de Fuenclara.
El hecho de que el callejón, vestigio tal vez de un postigo de la muralla, perteneciese desde antiguo al Municipio, fue ignorado en su día por quienes levantaron el palacio, razón por la que finalizando el siglo XIX abundaron los litigios entre el Ayuntamiento y la condesa viuda, a la que se le exigía facilitar el tránsito a los viandantes por su domicilio hasta las nueve de la noche.
Con el fin de dilucidar si al adquirir el suelo José Alfonso había cargado con la misma obligación, el asunto volvió a tratarse en el Consistorio sin llegar a conclusiones. De cualquier modo, Bravo aprovechó la vía para hacer el acceso a los almacenes, señalando los límites de la propiedad particular mediante la cancela que todavía subsiste y que terminó sirviendo durante décadas de entrada auxiliar a la ya conocida como “Droga Alfonso”.
Entrada a la calle Agustines. Mora Insa. 1951. AMZ_4-1_0000800 ES
El otro límite de la parcela lo marcaba la calleja del Vicario.
Similar a la anterior o más angosta todavía, era compartida por media docena de exiguas edificaciones interiores a las que se sumaban las accesorias de las situadas en la calle de la Audiencia (Galo Ponte). En principio, el arquitecto instaló las oficinas de la firma al fondo de este pasaje.
Fallecido José Alfonso en 1918, su viuda, Micaela Casanova, pretendiendo ampliar el negocio adquirió la totalidad de las casas sitas en ambos callejones. Lo que hoy calificaríamos de macro-operación no tardó en aparecer en la prensa. “La Voz de Aragón”, en su edición del 18 de mayo de 1928 y bajo el titular “El problema de la vivienda”, relataba en su editorial: «…han sido desahuciadas cerca de 40 familias de habitaciones que tenían arrendadas a precios muy módicos de unas casas en la calle de Torresecas propiedad de la señora Viuda de Alfonso».
Eran otros los tiempos. Los poderes públicos se hacían eco de las reclamaciones de los medios y el proceso se alargó en contra de los intereses de doña Micaela, mas dado que llegaban al Ayuntamiento numerosas protestas por la acumulación de basuras en las ruinas de lo ya derribado, en 1930 el callizo del Vicario fue cerrado, en su caso con una simple tapia, rechazada la moción que por solicitud de una inquilina de la calle de la Audiencia proponía dotarlo igualmente de un portón. Esta vez pudo más la Casanova, quien se comprometió no obstante a respetar las servidumbres de luces.
Despejados los obstáculos, para el terreno existente entre uno y otro callejón Bravo San Feliú, heredero del arquitecto anterior, proyectará en 1935 un nuevo bloque de almacenes con acceso en chaflán por la calle de Agustines.
Nuevamente la licencia se estancó en el Ayuntamiento. Cabe recordar que un año antes el Gobernador impuso a la señora Casanova una sanción de 5.000 pesetas por vender durante el estado de Alarma «varias docenas de hachas a elementos revolucionarios» (Heraldo de Aragón, 07/12/1934).
parcelario 1937
La reanudación de las obras, en marzo de 1936, se convirtió en noticia, y hemos de entender que el golpe del 18 de julio y los sucesos posteriores no perjudicaron a la dama. Al contrario, vistas las suculentas donaciones realizadas por ella tanto a las obras de consolidación del Pilar como a la causa franquista, cuyo triunfo Micaela poco pudo disfrutar. Murió en octubre de 1939.
Aunque escondido para el peatón, el almacén de Bravo es una mole estrictamente funcional pero no exenta de belleza. Hablamos de un espacio con una localización excelente que con la actuación adecuada podría ser muy útil en una ciudad tan necesitada de inmuebles anchos y diáfanos. Recuérdese aquí la dificultosa conversión de los mil pasillos y dependencias de los antiguos juzgados en espacio museístico.
Finalmente, poco podemos añadir a lo ya dicho acerca del hoy fantasmal edificio de viviendas del número 5 del Coso, salvo que al contrario que el almacén, por ser un bien protegido no corre ningún riesgo.
Entiéndase el sarcasmo.
Destacaremos a lo sumo la reforma realizada en 1947 sobre la fachada de la planta baja, cuando el portal de la finca se desplazó a la izquierda. Un nuevo tramo de escaleras hasta el entresuelo enlazó con la caja original haciendo posible sustituir a pie de calle los vanos en arco por escaparates corridos.
Por lo demás, en el momento en el que se redacta este artículo la sede de la Droga Alfonso aparece en los medios por estar englobada en cierta “operación urbanística millonaria” que afecta a varios puntos de la ciudad.
Respecto al callizo del Vicario, en su papel de patio interior siguió apareciendo en los planos mientras existieron los edificios pares de Galo Ponte. A mediados de los ochenta, echados abajo los números 12 y 14, el almacén quedó a la vista del paseante. En la práctica, el callejón corre todavía por el estrecho solar oculto por la malla verde.
Epilogando:
En el área comprendida por Galo Ponte y Agustines, con sus aledañas; Perena, Paraíso, Morata y plaza del Ecce Homo, echamos en falta entre 25 y 30 casas que llegaron en pie al siglo XXI. La dejadez de los herederos las convierten en deleznables, motivo por el que el vulgo agradece a los poderes locales su eliminación.
Considerándolas fincas sin interés histórico ni artístico, los responsables de Patrimonio no objetan cuando los munícipes autorizan sus derribos, creándose el esclarecido aspecto actual, que poco tiene que ver con la Zaragoza histórica, pues todas y cada una de las construcciones llegadas a nuestros días, son históricas.