Canal Imperial de Aragón, Harinera de Monares y Clemente, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección Moncho García Coca
El Conde de Sástago, sucesor de Pignatelli como protector del Canal Imperial, nos dejó la “Descripción de los canales Imperial de Aragón, i Real de Tauste” (1796), un libro lleno de detalles. En uno de ellos nos dice: <<Antes de llegar al Monte de Torrero se encuentra el Río Huerva (…) Pasando el Canal por este río, continuó su curso por en medio de unos collados que se abrieron para darle paso y conducirlo al Monte de Torrero, sitio que en el día está todo arboleado y es un paseo delicioso de la ciudad de Zaragoza>>.
Tomando la sugerencia del señor conde bajamos por el Canal, desde Casablanca, camino de Torrero. Allá por 1908 nos encontraríamos en la gran curva después del Jardín de Invierno (en esta época no existía aún). Al frente un edificio que se valía de la fuerza energética del agua del Canal: la “Harinera de Monares y Clemente”, con su aspecto anterior a la remodelación de 1920 -parece ser que fue a cargo del arquitecto Miguel Ángel Navarro Pérez, cuya fachada es la que conocemos hoy en día-. Ya ostenta el título de ‘La Imperial de Aragón’, dejando bien visible quiénes son sus dueños, aunque este asunto de la propiedad de la harinera fue bastante cambiante.
Comenzó su andadura en la década de los 60 del siglo XIX, siendo explotada por Palomar, Mendívil y Baselga. En 1875 se queda sólo Mariano Mendívil. Cerca de 1890 pasa a manos de Jaime Valls y Garmendia, y desde 1901 a los citados Manuel Monares (desde hacía 8 años ya tenía cierta participación) y Francisco Clemente. Hacia 1930 se hicieron cargo de la propiedad Rubio y Margalejo, hasta mediados los 80 del siglo XX, cuando se no se deja en pie nada más que la fachada principal del Paseo de Colón y la recayente a Paseo de Ruiseñores, pasando a formar parte de una urbanización de unifamiliares adosados que quedan escondidos tras la tapia.
Canal Imperial, curva de la harinera, al fondo la Pasarela de Venecia, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección Moncho García Coca
Estamos unos pasos más adelante de la “Harinera La Imperial de Aragón”, que queda justo a la izquierda, pero estratégicamente fuera de plano. Árboles desnudos de hojas, viandantes envueltos en gruesas capas, seguramente invierno avanzado.
Al pie de la imagen, en la misma orilla, una pequeña estructura delata una toma de agua. Va a parar a la industrial harinera. Mediante un potente salto se convertía en energía hidráulica capaz de mover seis piedras molineras (tanto la toma como el salto de agua perviven todavía). En la década de los noventa del siglo XIX, con Jaime Valls, esas piedras fueron sustituidas por sistema de cilindros; con Monares y Clemente, dado que las ciencias adelantan que es una barbaridad, la fábrica se actualizó con una moderna maquinaria británica de la casa Robinson, capaz de producir 25 toneladas al día. Pasada la fábrica, el agua del ramal va a parar a la acequia de las Adulas, que proveniente del parque recorre el paseo de los Ruiseñores.
Ya en los dominios de Torrero ha llegado el momento de ponernos un jersey a rayas mientras entonamos una barcarola, porque “estamos en Venecia”. Sigamos con la mirada hacia donde el Canal va despidiéndose para vislumbrar una pasarela peatonal. A finales del siglo XIX se empezó a desarrollar una barriada en la margen derecha, un poco antes del Puente de América. Había ido surgiendo merced a la parcelación de la torre de Larraz. En la orilla de un canal, con alguna que otra góndola surcando sus aguas… inevitable llamarla “Venecia”, al igual que a una de sus calles.
Canal Imperial, aguas arriba desde la Pasarela de Venecia, c. 1909. Autoría desconocida. Negativo de cristal estereoscópico. Archivo SIPA
Una vez llegados a la Pasarela de Venecia giramos la cabeza aguas arriba de nuestra vía fluvial preferida. Gracias a la estampa invernal de las casi desnudas ramas del arbolado podemos contemplar, además del artístico reflejo en la superficie, unas cuantas edificaciones interesantes. A la izquierda (margen derecha del Canal) la trasera del caserío de la entonces calle Royo, actualmente Venecia. A nuestra derecha (margen izquierda del Canal), tras los plataneros de jardín, la ya conocida harinera “La Imperial de Aragón”. Al fondo y en el centro, solo adivinable entre los troncos de los álamos, nos encontramos con un edificio desaparecido. Se trata del llamado chalé de Buena-Vista, ya que se ubicaba a los pies del cabezo de igual nombre, edificio que albergaba un restaurante y sala de baile con orquesta, local ideal para el ocio de la época teniendo en cuenta además la imposibilidad de molestar al vecindario. En la década de los 20, del siglo pasado, recibió un nombre quizá más familiar, que se recuperaría con otra orientación décadas más tarde: “Las Palmeras”.
Como curiosidad observemos el arbolado a nuestra derecha separado unos metros del cauce, mientras que en la orilla contraria se encuentran en el mismo borde. Este espacio es el conocido como “Camino de Sirga”, empleado por las caballerías para tirar de las embarcaciones que surcaban el Canal.
Pasarela de Venecia, en la barriada del mismo nombre, ca. 1910. Fototipia Thomas. Negativo de nitrato. Colección José Luis Cintora
Siguiendo con el descenso en aguas mansas llegamos por fin a nuestra querida y desaparecida Pasarela de Venecia.
El “Diario de Avisos de Zaragoza” -10 de agosto de 1899- informaba sobre el nuevo barrio que surgía a partir de la parcelación de la finca de Larraz, proyectada por el arquitecto Félix Navarro. En este mismo diario se publicaba el 27 noviembre la construcción de un nuevo puente que facilitaría el tránsito peatonal desde la nueva barriada hacia el paseo de Colón. Esta pasarela estaba proyectada por los ingenieros Antonio Lasierra Purroy y José María Royo Villanova, siendo inaugurada el 7 de septiembre de 1900 (datación realizada por nuestro compañero Manuel Ordóñez, avalada por el correspondiente artículo de prensa, rectificando muchas de las informaciones erróneas que todavía siguen apareciendo en varias páginas de Internet).
Esta pasarela, a modo de prolongación de lo que entonces era la calle de Venecia, actual de Ruiz Tapiador, fue construida con sillarejo de mampostería en su base, ladrillo y celosía metálica en la plataforma, de 17 metros de longitud, elevándose alrededor de 2,5 metros sobre el nivel del agua. Si nos fijamos atentamente en la parte de la derecha, casi perdidas entre el ramaje, podremos observar las puertas que la cerraban por la noche. Para su mantenimiento la junta vecinal veneciana aportaba un canon anual al Canal Imperial.
Por desgracia su historia no ha tenido un final feliz. En el primer y ochentero lustro del siglo pasado se consideró la preponderancia del tráfico rodado sobre la peatonalidad de nuestra pasarela. Se decidió su derribo para construir un puente, el de San Juan de Dios, que soportara el tráfico rodado. No solamente supuso la desaparición de la entrañable Pasarela de Venecia, sino de la navegación y ocio recreativo de las barcas de remo al rebajar considerablemente la altura del tablero.
Canal Imperial, barcas, gabarras, draga y embarcadero desde la Pasarela de Venecia, 1925. Lucien Roisin
Damos un pequeño salto temporal hasta mediados de los supuestamente felices años 20 para situarnos en la Pasarela de Venecia. Nuestra atención se fija aguas abajo para observar la diversidad de embarcaciones que flotan sobre las aguas canaleras.
Nos encontramos primeramente con las barcas de recreo que sirvieron como una atracción digna de parque temático hasta los 80 pudiendo remar libremente, según el tiempo acordado y pagado, hasta Casablanca. La ausencia de puentes o la adecuación de pasarelas elevadas hacían perfectamente factible la navegación. El embarcadero era el punto de partida y llegada de tal actividad. Hoy podemos encontrar como único recuerdo un monolito situado frente al centro de salud.
El par de gabarras (barcazas), seguramente pertenecientes a la harinera, nos recuerdan que uno de los objetivos fundamentales de la construcción del Canal fue el transporte de mercancías y pasajeros. En la época que nos ocupa el traslado de viajeros había desaparecido y el de productos se había visto mermado considerablemente, en ambos casos desde mediados del siglo XIX, con la aparición del ferrocarril. Anteriormente la actividad mercantil fue muchísimo más abundante y fluida de lo que nos podemos imaginar. Como curiosidad y para hacernos una idea del tipo de mercancías que circulaban desde el Bocal (cerca de Tudela) a Miraflores (Playa de Torrero) y viceversa en el siglo XIX: productos agrícolas como trigo, judía, cebada -se pagaban 16 maravedís por cahíz de Aragón-; azúcar, cacao y salazones de pescados -24 maravedís por arroba-; vinos, licores y objetos variados como vidrios y cristales -34 maravedís por arroba-; carbón vegetal, productos pesados como hierro y sus manufacturas -16 maravedís por arroba-. Posteriormente la mercancía estrella fue la remolacha.
En cuanto a la draga -limpieza de barros y limos-… dejaremos el suspense para un posterior capítulo.