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Zaragoza, la ciudad más de paso del mundo: las posadas de San Benito y del Pilar

Posada de San Benito. ca. 1904, Cristal estereoscópico. Archivo Gastón Ugarte
Posada del Pilar. ca. 1907. Albúmina sobre papel. Archivo Mollat—Moya
Muchos de los que emprendían tan homérico viaje, lo mismo que la “gente de la tralla”, pasaban esa noche en la posada, que aparte daba habitación, comida y lumbre a quienes carecían de domicilio en la ciudad, si bien un Real Decreto de septiembre de 1882 estableció que «tabernas, casas de comidas, posadas y fondas no se reputarán como domicilio de los que se encuentren o residan en ellas y lo serán tan sólo de los taberneros, posaderos y fondistas que se hallen a su frente», normativa no extendida a los hoteles, donde la gente de posibles sí podía residir. La conflictividad social  —Zaragoza se tenía por muy reivindicativa— hacían desconfiar a las autoridades de los foranos, si eran pobres. En marzo de 1902 Heraldo de Aragón anuncia: «se ha ordenado a todas las fondas posadas y casas de huéspedes que remitan diariamente el gobernador parte con los viajeros que en ella se hospedan». No obstante, con el tiempo se le permitió a los alojados recibir correo y visitas. En marzo de 1909, de nuevo en Heraldo, un joven de 23 años, «bien instruido, sin familia» se ofrecía «sin sueldo para mozo de almacén», dando a los interesados razón en la posada del Pilar.

En 1856 Espartero vino a Zaragoza a poner la primera piedra de la estación de Madrid. Ponerla, la puso, pero en la práctica su construcción, además de en otro emplazamiento, se demoró hasta el punto de que se inauguró antes la de Barcelona. Esta vez con el Consorte de invitado. Por entonces quien pretendía atravesar España tenía que apearse en una de las dos estaciones, pernoctar en la ciudad y al día siguiente cruzar el Ebro para tomar un tren en la otra. Con la llegada del ferrocarril el trajín de vehículos a sangre iba a menos y las viejas posadas hubieron de adaptarse. El tendido en 1870 del puente ferroviario fue para sus dueños la peor noticia.

Si del tiempo de la imagen hablamos, a la posada de San Benito, sita en el 4 de la calle de la Democracia, hoy Predicadores, solía acudir gente modesta. “Los de la manta a cuadros”, decía mi abuelo. Era propiedad de Pedro Bergua, dueño también de las tres casas contiguas hasta la plaza de Lanuza, en la que además regentaba el “café Español”, esquinando con la calle de Antonio Pérez. Dicha calle, junto a las fincas de Bergua se eliminó para sacar a la luz las murallas y abrir la Vía Imperial. El resto de la manzana, exceptuando tres pequeños edificios en la calle Abén Aire, fue enrasado en los 90, incluyendo a la vecina posada de San Jerónimo.

De la posada del Pilar, ubicada en un caserón de aspecto palaciego de la calle homónima, dice el reverso de la presente foto: «Sin igual en economía». A lo que agrega: «cocina a la catalana para quien lo solicita», así como que «para aquellos clientes que se apeen en la estación del Norte la posada dispone de coche». Fue derribada en torno a 1942 a la vez que lo poco que quedaba de su calle con el afán de dejar lugar a la plaza de las Catedrales. A quien desee situarla le diré que, caso de que algún huésped fantasma albergue todavía, éste pululará por el magnífico zaguán de la Casa Consistorial. No insinúo nada.
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