El archivo de Paul Michels, de los primeros abiertos al mundo

La comitiva municipal: con clarines, timbales y maceros, atraviesa la plaza de la Seo, posiblemente tras salir de la catedral. 1900
Negativo de vidrio estereoscópico. Foto: Paul Michels © M. Grandjean—Image´Est. Ed. fot. Fran Ríos
Dijo Robert Doisneau, autor de “El beso” (Le baiser de l’hôtel de ville), que la persona que contempla una fotografía debe ser quien la concluya, que es al fin lo que intenta nuestra asociación; dando con el contexto cerrar el relato iniciado con el clic. Y sí, es obvio que la antigüedad de la captura dificulta las cosas, pero reconozcámoslo, también estimula.
Fue de forma casual —método común de estar buscando otra cosa— como dimos con la colección de cristales estereoscópicos del farmacéutico Paul Michels en su viaje por España. Donados por M. Grandjean, son custodiados en el archivo Image’Est, ubicado en Nancy, que comparte miles de imágenes con temeraria generosidad, dada la abundancia de internautas incapaces de asumir que la tecla derecha del ratón no convierte a nadie en propietario. Anteayer Fotográfico Zaragozano, que intenta distinguirse por su respeto al coleccionista y al autor, solicitó las imágenes por escrito con el objetivo de estudiarlas.
La distancia que separa Nancy de La Junquera, por donde presumimos que Michels entró a España en vísperas de la Semana Santa de 1900, yendo por las modernas vías rápidas supera los 800 kilómetros. En aquellas fechas la red de carreteras distaba mucho de la actual. Si una docena de años antes Bertha Benz le echó coraje recorriendo a bordo del ingenio inventado por su esposo los 194 kilómetros entre Mannheim y Pforzheim, el hito era mínimo en comparación con la tournée emprendida por Michels, quien no aparece en ningún momento retratado junto a un automóvil, algo habitual en los protagonistas de aquellas aventuras.
Así pues, aunque nos consta que en algún caso se desplazó en diligencia, lo haría más en tren, medio de transporte en boga entre la burguesía, a la que las compañías compensaban las incomodidades con un trato exquisito y muchos tapizados de terciopelo. Con eso y todo, la duración de los trayectos sería exasperante. Las ferroviarias, todavía independientes, contaban con terminales distantes entre sí, lo que dificultaba los transbordos a la vez que proporcionaba al turista una serie de vivencias entre lo molesto y lo apasionante, de las que hoy nos vemos privados por los trenes de alta velocidad.
Sirva lo anterior para destacar que cuando el farmacéutico arribó a Zaragoza llevaba varias semanas de periplo, habiendo generado ya un importante material a costa de parte de los cristales que portaba consigo desde casa, ya que al margen de que no sabría si podría conseguirlos semejantes, estaría acostumbrado a trabajar con un tipo concreto para el que dominaría los tiempos de exposición.

La comitiva municipal: con clarines, timbales y maceros, atraviesa la plaza de la Seo, posiblemente tras salir de la catedral. 1900
Negativo de vidrio estereoscópico. Foto: Paul Michels © M. Grandjean—Image´Est. Ed. fot. Fran Ríos
¿Dónde se hospedó Michels y cuáles fueron las primeras calles que pisó? ¿Cómo y por dónde llegó a cada sitio? ¿Los buscaba siguiendo recomendaciones o se los fue encontrando? Si dejó sin respuesta estas preguntas a cambio nos hizo el favor de guardar la mayoría de los cristales documentados con el lugar y la fecha de la toma. Ningún observador es capaz de reconocer el paisaje urbano de miles de pueblos y ciudades, reto mayor si presuponemos la tendencia del autor a descartar los enclaves típicos y por ende identificables. En el caso de Zaragoza, el francés hizo sólo dos capturas de la basílica del Pilar. El resto son de espacios reconocibles únicamente por los locales. De no ser por esas breves etiquetas nunca se hubiese llegado a concretar su localización, condenando a los cristales al olvido sin nadie que los documentase.
El farmacéutico regresó a Francia con cientos de placas en el maletín, que revelaría en su laboratorio merced al sagrado vínculo que antes de la fotografía digital unía a químicos y fotógrafos.
Su archivo nos confirma que continuó viajando; además de España contiene imágenes de Túnez, Venecia, Praga, Nuremberg o Bratislava. Es cierto, en su época hubo muchos otros viajeros, pero pocos o ninguno llevaron siempre consigo una cámara de fotos. En Nancy emprendió algunas iniciativas empresariales que compaginó con conferencias y proyecciones basadas en sus viajes. De este lado del Pirineo, los personajes fotografiados continuaron con su quehacer ajenos al turista sin sospechar que se había llevado a Francia sus retratos. Por nuestra parte, el interés de Anteayer Fotográfico Zaragozano no era otro que facilitar el regreso a unas capturas hechas hace 125 años. El reencuentro entre la luz impresionada en una placa y los escenarios que reflejaron dicha luz.

