La saga de los “Tío Toni”
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Un caballero, acompañado de dos damas, espera el embarque en la barca del Tío Toni. Ca. 1900.
Colección María Pilar Bernad Arilla para Anteayer Fotográfico Zaragozano
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Desde tiempo inmemorial, la pesca en el Ebro constituyó el sustento para muchos zaragozanos. Hubo familias enteras de barqueros y pescadores, vecinos comúnmente de las Tenerías y del Rabal. Entre las mismas destacaría la familia March, que con el transcurso del tiempo y los avatares administrativos redujo su apellido a Mar. Su popularidad vino ya de la mano de su primer miembro, Antonio, recordado en la memoria colectiva del pueblo por su entrañable apelativo que iniciaría toda una saga: El Tío Toni.
Antonio March (Mar) Algueró, había nacido allá por 1822 en Mora de Ebro, tierras catalanas cercanas al delta. Y por eso portó barretina. Nadie sabe qué caprichos del destino lo llevó a establecerse en Zaragoza, conocer a Águeda, y casarse con ella en San Pablo mediado el siglo. Sí conocemos que, de aquel su primer hogar en el gancho y habiendo dado doña Águeda a luz siete vástagos (de los cuales sobrevivieron cinco) la familia se trasladaría a su nueva casa en el número 14 de la calle del Rio, en el barrio de las Tenerías. Cerca de ésta, bajando el suave talud del río y en las ruinas del estribo del Puente de Tablas, amarraba Antonio su pontón siempre dispuesto para la pesca pero sin hacer ascos, ni mucho menos, a cruzar cargas ni a los paseos que por el Ebro le demandaba la parroquia.
A este respecto D. Francisco Goyena, dramaturgo y periodista zaragozano de la época, y D. Odón de Buen, naturalista y padre de la oceanografía española, dejarían testimonio escrito de este hombre bonachón, alto y enjuto, a quien llamaban Tío Toni, que remaba vigorosamente hacia el verde islote que en la otra orilla se encontraba, pegado al Molino de San Lázaro. Lo trataron de estudiantes del Instituto Provincial de la Magdalena allá por 1875. ¡Quién hubiera pensado que uno de aquellos zagales, que hacían sus primeros pinitos de navegación en la barca del Tío Toni, se convertiría años después en uno de los más ilustres oceanógrafos de la historia!
Hacia 1880, ya mayor y retirado el patriarca, el hijo mayor, Antonio Mar Sau, con su amigo Gregorio Gracia y su pariente Francisco Algueró, tendrían claro que el negocio estaba en otro sitio: La arboleda de Macanaz, lugar muy concurrido por los zaragozanos desde siempre. Ya llevaba tiempo el municipio acotando con cuerdas una zona habilitada para el baño. Baño masculino, naturalmente, las féminas lo debían tomar en una playa del Huerva cercana a la desembocadura, menos peligrosa. Los tres socios vislumbraron el negocio de pasar pasajeros desde la puerta de San Ildefonso (en la actualidad el arranque de César Augusto, junto al puente de Santiago) atravesando el río hasta un pequeño embarcadero que se ubicaría en la arboleda. A tal fin solicitaron autorización para ejercer la actividad durante los meses de verano, de julio a septiembre. Por la misma tendrían que abonar el arbitrio de 50 pesetas, suma nada baladí para la época. De esta manera, la temporada de pasajes, que comenzaba con la fiesta del 5 de marzo, seguiría con S. Juan y S. Pedro, abarcando los tres meses de la canícula y, en caso de tiempo bonancible, alargarse hasta después de Pilares.
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La barca en su amarre de la arboleda de Macanaz. Ca 1910.
Archivo SIPA para Anteayer Fotográfico Zaragozano. Digitalización realizada por Rafael Margalé
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Fruto de su tesón, el 26 de julio de 1891 la Gaceta de Madrid (antecedente del BOE) publicaría una Real Orden, sancionada por la Reina Regente María Cristina en nombre de su hijo Alfonso XIII y en el uso de los viejos privilegios reales por los que toda vía fluvial era propiedad del Rey. Por la misma se autorizaba a los barqueros a “establecer en el Ebro una barca de paso por medio de sirga desde el postigo de San Ildefonso a la arboleda de Macanaz restableciendo los embarcaderos que utilizaban antaño”. Claramente se definían las características que debería tener la susodicha embarcación: De construcción sólida, 11,50 m de eslora y 4,50 m de manga; la parte superior dispuesta en forma de puente y, para comodidad y seguridad de viajeros, una sólida barandilla de madera sobre las bordas a utilizar como respaldo de los asientos. Debería izarse un palo del que suspender un farol de luz roja a fin de iluminar los viajes tras el crepúsculo. Por último, el cable de sirga de alambre de 4 cm de diámetro, tendido a no menos de 5 m sobre el nivel medio de las aguas. Con estos criterios se autorizaría la concesión de la barca de sirga a los tres peticionarios por un tiempo de 99 años.
Tras el cambio de siglo, apenas cumplidas las dos primeras décadas del nuevo, mueren Francisco Algueró y Antonio Mar, dejando al cargo del negocio a Gregorio Gracia y a Carlos, el pequeño de los Mar. Ambos diversificarían la actividad con unas barquitas de alquiler asumiendo, además, la vigilancia del espacio de baños de “las cuerdas”. No pocos ahogamientos fueron afortunadamente evitados por los barqueros, siendo debidamente reconocidos y recompensados por las autoridades.
No solo sería el paso de la barca, que costaba 5 céntimos de peseta, 10 si la vuelta era de noche con el farol encendido. Los bañistas podían también utilizar el servicio de barraca, alquiler de traje de baño y calabazas huecas (o corchos) para quien no estuviera ducho en las artes natatorias. El momento de mayor auge de la empresa coincidiría con la alta afluencia a los llamados “Baños del Ebro”, antecedentes del club naturista Helios y el nuevo servicio de Bar-Comedor donde el respetable podía dar buena cuenta de sus viandas, a la par que disfrutar de los conciertos de la mismísima Orquesta Filarmónica de Zaragoza.
La aparición de las nuevas barcas a motor que sus competidores, los hermanos Bagüés, fletaron en 1928 a punto estarían de hundir el negocio. Tan solo unos pocos nostálgicos, no vencidos por las prisas ni rendidos a la modernidad, cruzarían en la barca del Tío Toni viendo a su vera como pistoneaban las modernas gasolineras al surcar raudas la corta singladura.
Los nuevos tiempos exigen a Carlos Mar y sus socios una apuesta por el futuro. Por fin, a finales de septiembre de 1929, llegarían los permisos y quedaría inaugurada la flamante barca a motor del “Tío Toni”. Pero a veces el destino es cruel y tal esfuerzo, soportado en su mayoría por Carlos, le pasaría factura. Pocos días después su hija Carmen acudía en casa solicita a la llamada de su padre enfermo para tan solo presenciar su último aliento.
Este fue el fin del último Tío Toni. El, y sus predecesores, serán recordados para siempre en el imaginario popular zaragozano como un clan de hombres bondadosos y de recio temple.
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Carmen Mar, «la Tonica», hija del conocido Tío Toni», es proclamada como reina de las modistas -previo sorteo- en los primeros días de diciembre de 1930.
Revista Estampa. 6 de diciembre de 1930.
Foto: Abelardo de la Barrera
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