Un fogonazo en la orgullosa Puerta del Carmen
Paul Michels, un farmacéutico francés viajando por España. II

Puerta del Carmen. 1900.
Ph. Paul Michels © M. Grandjean-Image’Est para Anteayer Fotográfico Zaragozano
Cuando el fotógrafo Paul Michels retrocedió unos quince metros ante la Puerta del Carmen para realizar su toma fotográfica, puede que sus pensamientos rememoraran lo que debió de sentir la segunda columna que dirigía el coronel Józef Chłopicki del Primer Regimiento del Vístula, aquel 15 de junio de 1808, cuando se disponían a ocupar la ciudad. Todos ellos se encontraban ante un momento único en la historia, los segundos como invasores para grandeza del emperador Bonaparte, el primero como un visitante ávido de retratar un lugar mítico que afortunadamente ha llegado hasta nosotros. Claro está que el disparo de su cámara era infinitamente más inocuo que los realizados por las huestes napoleónicas, aclarando además, que el portón que conocieron los soldados poco tenía que ver con el que retrató el camarógrafo francés noventa y dos años después del primer asedio.
De entrada, los usurpadores se encontraron con una construcción prácticamente nueva, levantada en 1794, desechando el consistorio la vetusta existente hasta entonces en una ubicación próxima. Por lo tanto, con apenas 14 años de vida, esta rebosaba salud y firmeza aunque nada tenía que ver con la defensa de la ciudad. Tan solo se utilizaba como entrada y salida de Zaragoza en la que se pagaban además en las casetas de cobro los impuestos correspondientes. A Michels tampoco le apuntaban los tres cañones dispuestos puertas adentro ni llegó a conocer las aspilleras que los defensores abrieron en el muro adosado para combatir a los asaltantes, mucho menos la heráldica conocida ni los ornatos intactos hasta la ofensiva gala.
Nuestro viajero se detuvo en la encrucijada entre el paseo de la Lealtad y el de María Agustín, denominando así al primero de forma oficial con el cambio de nombres de nuestro callejero en 1861 en recompensa a la firme adhesión de los zaragozanos a su rey Fernando VII, y el segundo, a la intrépida joven de 24 años que proveyó de cartuchos y aguardiente a los defensores durante los dos sitios con gran valentía, siendo herida en el cuello por bala de fuego.
Cuarenta y dos años después de estos cambios y tres de la llegada del turista francófono se volvió a modificar el nombre de este tramo, sustituyendo el de la Lealtad por el de paseo de Pamplona, tras la invitación a nuestros concejales por parte del ayuntamiento de la capital navarra a los festejos de San Fermín de ese año. La sesión en el pleno aunque acalorada se cerró con 14 votos a favor frente a 7 en contra, por lo que una representación del Ayuntamiento de Zaragoza, maceros incluidos, se lo pasaron de lo lindo en tierras navarras a ritmo de vítores y palmas. Cómo sería la cosa que a su vuelta nadie rechistó la modificación del nombre del paseo, claro que para entonces, el monarca Borbón había perdido infinidad de followers en el camino, no digamos su hija, Isabel II, la que sería denominada por Galdós cuatro años después como “La de los tristes destinos”. En contraposición y ante la buena sintonía, los navarros llamarían a su próxima nueva vía como paseo de Zaragoza.

Cartel taurino de San Fermín. 1903
M. Salvi. Archivo Municipal de Pamplona
En esta imagen distinguimos en la fachada el número cuatro en la azulejería del paseo de la Lealtad en el edificio que regentaba desde 1895 don Ceferino Agud y Millán, dedicado al depósito de harinas y sal denominado “El Gallo Blanco”. En la guía de Zaragoza de 1900, momento en el que se toma esta fotografía estereoscópica, se anuncia con dos establecimientos, uno en San Pablo número 41 y el que aparece registrado en el nº 2 accesorio del paseo. Por lo tanto, difícilmente Agustín Charles, propietario del Café Levante, pudo estar en esa ubicación desde 1895 como nos han repetido hasta la saciedad. En 1903 lo vemos instalado en esos locales cuando don Ceferino ya se había trasladado a su nuevo depósito en Hernán Cortes, pero esa es otra historia…
El fotógrafo se encontraba extramuros de la ciudad, y por lo tanto, en un espacio un tanto hostil a pesar de las hileras arboladas, aunque falto de edificios y sobre todo de pavimento. En 1898, apenas dos años antes de la visita de Michels se había dispuesto en las ordenanzas municipales la construcción de un paso de adoquines fuera de la Puerta del Carmen que se aprecia claramente en la imagen. Podemos intuir el frío de los zaragozanos cubiertos con mantas y hasta encogidos por el frío. Los “cheposos” no solo pululaban por el Puente de Piedra sino que los vemos caminando o apostados junto a las hojas de la puerta. Hasta el temible cierzo queda reconocido en el movimiento del pañuelo o en el vaivén del delantal pareciendo tener vida propia sobre la falda plisada de la señora que camina con paso firme.
Paul Michels no pudo retratar por unos pocos meses la placa esmaltada realizada en los talleres de Burbano a instancias del alcalde Amado Laguna de Rins en la que rezaba la siguiente inscripción: “En esta ciudad no se tolera la mendicidad ni la blasfemia”. Se encargaba en junio de ese mismo año colocándose poco tiempo después bajo el rótulo que distinguía el nombre de la puerta.
Lo que sí capturó el francés fue una estampa costumbrista de una Zaragoza que seguía manteniendo la metralla escupida en su estructura, mimetizándose entre las piedras, con los ramales de los árboles golpeándolas tras sus hombros demostrando que a pesar de las décadas transcurridas, podían mirarse a los ojos con el convencimiento de que, de un modo u otro, ambos pasarían a la posteridad.


